La crisis -paradojas tiene la vida- le va a dar la razón a los criticados y vituperados inventores del consumismo del día de San Valentín. Ha estado bien visto en ciertos círculos presumir de que uno no pertenece a esa cadena consumista del Día de los Enamorados porque el amor es otra cosa y no necesita que le pongan fechas para festejarlo. Nada de flores, ni de cenas, ni de escapadas rurales, ni de bombones suizos, que eso es una alienación que no conduce a nada. ¿Que no conduce a nada? Pues, por lo pronto, que entre la crisis y la élite del pensamiento estamos llegando a tan bajo nivel de adquirir lo superfluo que los precios se han desinflado tanto que hasta los sindicatos lo ven como una mala noticia. Nadie compra, los precios bajan, no hay actividad económica, cierran las empresas y nosotros no cobramos a fin de mes. Por eso hoy, día de San Valentín, habría que hacer un monumento a quienes le harán un corte de mangas al miedo de la crisis y le comprarán flores a la persona amada, reservarán mesa en un restaurante con forma de corazón o activarán su imaginación -como los empresarios hoteleros- para que esto -que el dinero se mueva para que todos vivamos- siga adelante. En el hotel Palacio del Bailío de Córdoba, por ejemplo, los enamorados de 5 estrellas -aunque a estos poco les afectará la crisis- tendrán alojamiento en habitación doble, sales de baño y pétalos, acceso gratuito a las termas romanas hasta medianoche y un menú inspiración. Vivir para ver. ¿Quién nos iba a decir que los precios -el famoso IPC- baratos iban a darnos la puntilla, no por bajos sino por falta de gente con inclinación a comprar? Me sospecho que en toda esta crisis tienen mucho que ver los tacaños y agarraos de siempre, que hoy celebrarán en soledad su amor al dinero.