La primera al señor Trillo:

Mire usted, lo de "manda huevos" fue una tontería a la que se concedió excesiva importancia. A cualquiera se le va la lengua con el micrófono abierto inadvertidamente; y hay que aceptar que los ministros y otros grandes hombres tienen en su intimidad desahogos verbales y algún vómito de tacos y de expresiones soeces. El que esté libre de pecado que arroje la primera condena.

Lo de las autopsias tras el grave accidente del viejo avión, no le cogió a usted de lejos. Fue y se retrató in situ , con restos del avión siniestrado todavía humeantes. Así que no pudo escaquearse de la rifa de identificaciones, por el que tantos familiares de víctimas le han puesto, muy justamente, de chúpate dómine. Lo del euro al periodista que cometió, según usted, la ingenuidad de preguntarle por un tema tan manido como insignificante, la guerra de Irak, fue lisa y llanamente no una tontería, sino, lo que es peor, una chulería tonta.

Y cuando ya le teníamos olvidado, reaparece usted con una carcajada estentórea en el Congreso y desobedeciendo puesto en pie al presidente, esgrimiendo un dedito enhiesto que se le podía disparar.

Lo suyo señor Trillo es de cárcel, aunque sea de la cárcel de papel que ya no existe. ¡Lástima de que no esté ya entre nosotros La Codorniz , para reírse de reidores tan inoportunos como usted!

La segunda es para el señor Navarro Valls, y conste que lamento la coincidencia de que milite en las mismas filas del señor Trillo, porque contra la obra no tengo absolutamente nada. Admiro lo que tiene de bueno y me molesta lo que tiene de malo. O sea, lo mismo que me ocurre con cualquier institución o corporación, sea o no del César.

Juan Pablo II, aferrado a la vida y a la mitra casi sin fuerzas, quiso aparecer ante todos en su evidente y dolorosa degradación física. Lo vimos (no olvide usted que cuente lo que cuente, nos quedamos con lo que vemos en vivo y en directo) incapaz de articular una sola palabra; no pasó de un ronquido. Los médicos declararon luego urbi et urbi que realmente no podía emitir palabra alguna. Y sin embargo usted, dolorido portavoz, transmitió toda una frase como la última del papa moribundo, eso sí brillante y aleccionadora.

¿Se engañaba usted? ¿Pretendía engañarnos a los sufridos telespectadores? Lo primero es posible; lo segundo, no.

La tercera es para el lector amigo (si es que lo sigue siendo después de las dos cartas anteriores):

No se crea nada que le digan en pugna con lo que usted mismo ha visto. No se deje apear de su primera impresión por razones de partido o por encuadramiento ideológico. Si lo que hizo el líder o subcampeón de su equipo predilecto fue una majadería, siga creyéndolo cuando los predicadores de los suyos empiecen a marear la perdiz y a decir que los otros son más. Claro que no me atrevo a pedirle que lo reconozca así ante el adversario de la tertulia. Guarde un discreto silencio y piense. Sobre todo esto, piense, piense. No me recrimine o inste a que escriba cartas abiertas a los de la acera de la izquierda, porque no creo merecer recriminación, y porque para mí unos y otros no son nada más que los números pares o impares de una misma calle, que se llama la condición humana. Tampoco me tilde de engreido o me acuse de irrogarme el papel de fiscal que nadie me ha atribuido. Tengo la humildad de pensar que nadie está en posesión de la verdad y yo, por supuesto, rara vez la alcanzo.

Pero mi lema siempre ha sido caminar siempre por el camino que me haya trazado mi razón, donde quiera que ésta me condujera, como propugnaba Bertrand Russell.

Con la razón se camina pensando, reflexionando, aplicando las reglas de la sana crítica; claro que este camino no es de rosas, porque a la gente no le gusta que critiquen a sus santones, y si usted critica a diestro y siniestro puede que un día cualquiera a la hora bendita de la copa no tenga con quien tomársela en paz.

Mas eso ocurrirá el día que se levante por los pies de la cama, y saque como primero por la puerta el pie izquierdo, porque vendrán otros muchos días en los que hacer uso del sentido común no le sea computado como hecho delictivo.