Paré por el cartel del pueblo: Saldes. Se parecía mucho a tu apellido, así que fue una forma de recordarte. Junto al cártel estaba Jaume, pantalones azules, camisa gris y cinturón perfectamente conjuntado.

Siempre tengo que dar el primer paso.

Eso a veces cansa. Llevar la iniciativa una y otra vez, saber que si tú no actúas no habrá historia. Con Jaume no tuve que romper nada. Se notaba que nos estaba cortejando. Yo seguía intentando hacer el selfie y él, al otro lado de la carretera, miraba, merodeaba, cruzaba, volvía. No tuvo ningún mérito entrarle. Como cuando en el colegio Claudia te decía que le gustabas a Elena, y tú llevabas varios días detrás de ella, y aún así esperabas al lunes siguiente por no parecer muy descarado, y por fin te atrevías a hablarle, a decirle cualquier tontería que habías estado planeando el fin de semana. Y, obviamente, Elena te decía que sí, y tú suspirabas, como si no supieras la respuesta.

La inocencia.

La inocencia está en cada foto.

Yo sabía que Jaume me hablaría, que se dejaría fotografiar, que me contaría la historia de la montaña que teníamos enfrente. Sabía todo eso y, aún así, en el momento del disparo, antes incluso, cuando miras por el visor, encuadras, ves la composición y su rostro relajado, en contra de lo habitual, suspiras; en esos segundos tan íntimos, tú y él frente a frente, sin barreras ni excusas.

Suspiro.

Suspiras cuando pasas el carrete y por fin está hecha. No te quedas tranquilo hasta entonces, por muchas evidencias que hubiera de que la foto iba a salir bien.

Carretera B-400.

Jaume tiene 83 años y ahora está jubilado. Se dedica simplemente a ver pasar a los turistas que van camino de Pedraforca, un impresionante pico que deja en sombra a su pueblo a última hora del día.

- Antes subía y pasaba varias noches con el rebaño.

Nos cuenta que lo ha estado haciendo desde los diez años, y que no se cansó, que cada vez que llegaba arriba le sacudía el viento y una felicidad aplastante.

- Tenía frío y ni lo notaba.

Ahora mira al pico con cierta amargura. Ya no sube, pero cada tarde contempla cómo los rayos del sol lo atraviesan, creando una imagen onírica. Entonces le resulta muy fácil imaginarse allí arriba, con sus ovejas, con inocencia, con doce años.