Enrique Aguilar Gavilán, profesor titular de Historia Contemporánea en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Córdoba, es un apasionado de Córdoba, la tierra que lo vio nacer en 1948, y a la que se ha dedicado en cuerpo y alma tanto profesional como socialmente. Junto a Córdoba, a cuya historia ha dedicado tres libros y numerosos artículos y trabajos, su otra «gran pasión», como él mismo dice, es la Universidad, «que ha dado sentido a mi discurrir en mis casi 70 años de vida». Esta trayectoria profesional y social, más su testimonio y ejemplo de vida desde que padece, desde hace dos años, Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA), le ha valido el reconocimiento en Valores Sociales del premio de Cordobés del Año. Un premio que «me emociona», admite, porque «reconoce mi actividad como investigador de la historia de una ciudad que tiene el mayor patrimonio histórico artístico de España y que con mi humilde aportación he contribuido a que se conozca más».

Enrique Aguilar ha desarrollado una intensa trayectoria profesional en la UCO, en la que ha ocupado varios cargos, desde secretario general (del 2002 al 2006, con Eugenio Domínguez como rector) a secretario de departamento, pero sin duda uno de los que mayor satisfacción le ha dado es el de primer director de la Cátedra Intergeneracional Francisco Santisteban, una institución universitaria que cuenta en la actualidad con casi 1.900 alumnos matriculados y que imparte clases en la capital y en 8 sedes provinciales. La cátedra es «mi criatura», asegura. Se hizo cargo de la dirección en 1998 con solo 30 alumnos y 12 profesores, y la dejó en el año 2002, para ocupar el cargo de secretario general de la UCO, con 1.000 alumnos y 80 profesores.

En el 2010 ingresó como numerario en la Real Academia de Córdoba y ha colaborado en distintos medios de comunicación, en el Círculo de la Amistad, y como responsable de la Obra Social y Cultural de la Caja Rural. Desde hace dos años padece Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA), que ha postrado su cuerpo -pero no su mente- en una silla de ruedas. Sin embargo, todos los días acude a sus clases a la Facultad de Filosofía y Letras, a «ese caserón del Cardenal Salazar que sigue siendo mi espacio de referencia». El profesor agradece a la UCO que le haya adaptado su puesto de trabajo, a pesar de las dificultades de un edificio antiguo.

«Intento hacer la vida lo más cotidiana posible, gracias a mi familia (su mujer, María José Porro, sus dos hijas y dos nietos), a mis amigos, que tengo los mejores del mundo y me impulsan para seguir, y a la Universidad, que es fundamental para que yo siga siendo útil», señala. Y hace un llamamiento «a los poderes públicos para que dediquen esfuerzo a la investigación de la ELA».