Se me ha hecho eterno», dice un turista que llega desde Madrid. «A mí se me ha pasado volando», le contesto.

Realmente, llegar a Peralejos de las Truchas es complicado.

Ni siquiera sabía que iba a entrar en la provincia de Guadalajara. Estoy vaguete, así que me tumbo en un césped a echar la siesta. Son las tres de la tarde y no se oye un ruido en Orea, el pueblo de mayor altitud de la provincia, hasta que un impertinente hombre empieza a cortar leña. Me pongo en marcha con cierto cabreo. Pega viento y por primera vez en el viaje tengo que abrigarme. Entro en Checa. Todo cerrado. Marina me da un acuarius y una lata de conservas. Alcanzo Chequilla, tres kilómetros muy duros y una carretera hechizante.

No es en sí la carretera, sino el momento; la tarde se echa encima y pedalear se convierte en la mayor de las delicias. Me paro varias veces, no por cansancio, simplemente por estirar este instante. Luego la carretera parece que va a desaparecer, plagada de baches y piedras, pero el sol sigue brillando y yo me dejo caer. Entro a Peralejos de las Truchas en una nube, pero entiendo el amargor del turista madrileño que llega en coche.

Juega el Real Madrid - Barcelona. No me entero. Salgo a dar un paseo. Dicen las vecinas que en el día más caluroso del año como mucho alcanzan los 25 grados de media y que en invierno sobrepasan los 10 bajo cero. No me imagino cómo deben de ser esas noches en esta altiplanicie rodeada de tres ríos.

Amanece con algo de escarcha. Uso el último trozo de pan que me queda para desayunar.

Cruzo el Tajo, donde empieza de nuevo Cuenca.

Y la odisea.

Confio en que al llegar a Masegosa pueda comprar una barra. Pero en Masegosa solo hay tres señoras y un perro en la puerta de la iglesia. «Hoy no viene el panadero», me explica una mujer que llega cuatro minutos tarde a misa. «Venga, Benjamina, que te estamos esperando!». «Si quieres pan vas a tener que ir a Beteta», me dice mientras se marcha.

Miro el mapa y Beteta está demasiado lejos. Confío en que haya algo en Lagunaseca, que me pilla de camino, y ahí sí: ¡Por fin un bar abierto!

- ¿Me da una barra de pan?

- Lo siento, no tenemos.

Son Ana y Pedro.

Me comentan que comen pan duro cada dos días porque los dos panaderos que hay no se ponen de acuerdo para venir en días salteados; se llevan fatal.

- Uno es de Beteta y el otro de Cueva del Hierro.

Ana es de Cañizares, pero su marido de Lagunaseca.

- Cada vez que llueve, nieva o hace viento nos quedamos sin televisión y teléfono. Mi hija tiene problemas para hacer los trabajos de clase a ordenador.

Por eso, cada vez que bajan a Cañizares la niña avisa: «Papá, no te enfades, pero yo me quedo aquí; solo vendré al pueblo para las fiestas».

- Nadie quiere estar aquí -se lamenta Ana-. En invierno somos diez, muchos días ni abrimos el bar.

De repente, antes de despedirme, veo que entra a la cocina y saca una barra de pan.

- Toma, esta la habíamos guardado para nosotros, pero a ti te hará más falta.

Buitreras a la salida de Peralejos de las Truchas (Guadalajara). Foto: JUAN JOSÉ LUQUE

Desayuno del domingo 3 de marzo del 2019. Foto: JUAN JOSÉ LUQUE

Parada para la siesta en Orea (Guadalajara), el 2 de marzo del 2019. Foto: JUAN JOSÉ LUQUE

Carretera entre Chequilla y Peralejos de las Truchas, al atardecer. Foto: JUAN JOSÉ LUQUE