En época de paz y con el cuerno de la abundancia derramando gracias al Imperio español, que se enseñoreaba en los cincos continentes, Felipe II soñó con un caballo noble, bello y capaz de deslumbrar en un día soleado pasando revista a las tropas del ejército más victorioso del mundo. El monarca Habsburgo nombró caballerizo mayor a Diego López de Haro, gentil hombre de la casa real y caballero veinticuatro de Córdoba. A la muerte del caballerizo mayor, en 1599, ya estaba definida la raza de un caballo denominado cordobés, que pasó a llamarse andaluz y hoy es nombrado como caballo de pura raza española. López de Haro vivió de manera habitual en Córdoba, hasta conseguir un caballo de reconocido prestigio en Europa. Esta idea del rey prudente comenzó a materializarse en 1567 y, tras numerosas vicisitudes y su fijación como raza en la Yeguada Militar de Moratalla, allá por 1893, el caballo español comenzó a mostrar la versatilidad de unas cualidades que lo han hecho único y recogidas tanto en la pintura como en literatura del Siglo de Oro, además de por plumas, pinceles y fotografías de artistas posteriores hasta llegar al inicio del tercer milenio.

Un caballo pensado para reyes y nobles, como el caballo cordobés o andaluz, se fue introduciendo en las monarquías europeas, influyendo en los picaderos reales y en la conformación de la equitación clásica.

Si el Renacimiento integró plenamente al caballo en las casas nobles, adornando a los poderosos con sus movimientos armónicos y elegantes que se mostraban en las escuelas ecuestres que surgieron a la sombra de los palacios, la monarquía hispana de los Habsburgos los graduó y doctoró, comenzando un período de dominio de unos ejemplares que influyeron en razas posteriores y que escriben en bronce fundido la palabra Spanische Hofreitschule Wien, la Escuela Española de Equitación de Viena, guardiana de los tesoros de la equitación clásica gracias a los movimientos ejecutados por los ejemplares nacidos a orillas del Guadalquivir, aires elegantes, elevados, graciosos y que participaron del espíritu renacentista imperante para adentrarse, sin dificultad y con comodidad y seguridad, en la equitación barroca posterior.

Comenzó un período de preponderancia del caballo andaluz, que pese a algunas dificultades en puntuales etapas históricas, ha culminado con éxito en los múltiples campos a los que se abrió con fe y determinación, principalmente, a un proyecto genético que cambió la concepción de raza ecuestre y su apertura a la versatilidad que se exige en la equitación.

Caballo de reyes durante siglos, en la actualidad forma parte de la imagen y seguridad de la Casa Real y de España. El caballo español está presente en el Escuadrón de Escolta Real que participa en la protección, escolta del Rey y Familia Real, así como a los jefes de Estado extranjeros y al cuerpo diplomático que presente credenciales al Monarca.

Caballo de nobles durante centurias, hoy, sobre todo en los otrora reinos de Córdoba, Jaén, Sevilla y Granada, continúa la tradición de la alta escuela española, forjada en los picaderos de los nobles y barroquizada en extremo, capaz de conseguir los más elegantes y elevados movimientos, que se subliman con los caballos cordobeses, andaluces o españoles. Se trata de la doma sabia, que subraya la belleza y plasticidad de un caballo nacido para ser bello. Un paso para lo que hace más de medio siglo estilizó la doma, la disciplina olímpica de la clásica, en donde ha alcanzado altos niveles de competitividad en una modalidad creada para ejemplares cruzados centroeuropeos, que en los aires altos son superados por escogidos caballos criados en Córdoba. Y un caballo que bajó de los palacios a las cabañas sin reparo alguno, para enfrentarse, en la dehesa o en el coso taurino, a la verdad de la vida, a la muerte. Es el caballo español capaz en la doma vaquera y en el rejoneo.

Un animal que paseó a monarcas y a la alta nobleza, y que enganchado en carrozas y carruajes supo conservar a lo largo de las centurias una manera refinada y plena de estilo para destacar sobre otras razas, no solo en carros triunfales, sino en el clásico enganche, que alcanzó su cénit en Europa en el siglo XIX, integrando a la mujer junto a los sportman en una manifestación de colorido, liturgia, tradición y espectáculo.

El caballo cordobés o andaluz, al lado del orden, en el coso taurino, para dejar constancia, tras el control y entrega de llaves de los alguacilillos de que todo va bien en la plaza, como sucede en Córdoba; o montado por la Policía Nacional, en eventos importantes, para que transcurran de la mejor manera para la población; o vigilando lugares inaccesibles para los vehículos a motor, como la Policía Local cordobesa, que patrulla con ellos por parques y calles del casco histórico, como guardián de los visitantes a la ciudad califal.

Un caballo para la fiesta, la romería, la feria, el turismo ecuestre e incluso la pista circense. Nobleza con los nobles y con el pueblo. Un caballo versátil, que por su regio nacimiento fue y es capaz de lo mejor, mostrando una de sus más desconocidas caras, precisamente por la nobleza con la que nació, en la hipoterapia. Nobleza y clase que derrocha en los espectáculos del más alto nivel, como los de Córdoba Ecuestre, y que refresca la sangre para no olvidar el origen noble que tuvo, en el caso de los lipizzanos austríacos y eslovacos. Madre de razas, como en Hispanoamérica. Y nobleza en su morfología.

Ejemplares que la Yeguada Militar ha conservado desde finales del siglo XIX y que hoy se vanagloria de su tesoro genético.

El caballo cordobés o andaluz, nacido en Córdoba con la grandeza de una cultura a la sombra de Séneca, Osio, Maimónides o Góngora. Pluripotencial, generoso, bello e intemporal, como sus cinco siglos de historia.