Cuando Berta Aparicio resume los ocho primeros meses de la vida de su hija pequeña, Bertita, varias ideas se repiten en su cabeza: agradecimiento (a los profesionales del hospital Reina Sofía que intervinieron primero a su niña al nacer y luego con una técnica pionera); la UCI de neonatos (tras pasar su hija 42 días en este espacio); angustia (por su tos y atragantamientos continuos) y felicidad (porque su desarrollo es en la actualidad totalmente normal).

El segundo embarazo de Berta fue completamente distinto al de su hija mayor, Claudia. «Tenía mucha barriga, exceso de líquido amniótico, lo que se conoce como polihidramnios. No podía respirar, ni andar. Me hicieron dos veces un amniodrenaje (extraccíón de líquido amniótico con una aguja especial) y me sacaron litros de líquido. Eso no evitó que me tuvieran que provocar el parto en el Reina Sofía a las 32 semanas», relata. A pesar de su prematuridad, Bertita nació con 1.900 gramos. «Tras nacer, mediante una sonda nasogástrica, comprobaron que mi hija tenía una fístula traqueosofágica, una atresia de esófago, incompatible con la vida, y a las nueve horas de venir al mundo la operaron, una cirugía torácica compleja en un bebé tan pequeño. Pasó 42 días en la UCI, tiempo en el que estuvo en coma inducido casi un mes y sufrió varias neumonías», apunta.

«Desde que recibió el alta de la UCI, nuestra dedicación a la niña era continua porque se atragantaba mucho, tenía una tos constante, era muy angustioso. Estuvo bastante tiempo alimentándose por sonda nasogástrica. A pesar de ello, pensábamos que lo peor había pasado. Pero cuando tenía ocho meses sufrió una bronquiolitis y en el Reina Sofía se dieron cuenta de que tenían que volverla a operar porque presentaba de nuevo la fístula entre la tráquea y el esófago. Para no tener que volver a abrirla entera, lo que hubiera supuesto una larga hospitalización y otro parón en su desarrollo, decidieron utilizar esta técnica pionera», recalca. Este avance consiste en introducir (con anestesia general) un broncoscopio, que incorpora una pinza con una gasa impregnada en ácido tricloroacético, que aplicándola en el lugar indicado permite que cicatrice la fístula. Una técnica usada con éxito otras tres veces más después de esta niña.

«Los médicos proponían soluciones alternativas que no fueran invasivas para mi hija. Sentí un gran apoyo por parte del cirujano pediátrico José Ignacio Garrido; de la neonatóloga Pilar Jaraba; de los neumólogos Javier Redel y Javier Cosano, así como del neumólogo pediátrico Javier Torres y el fisioterapeuta César Vacas. También de mi pediatra del centro de salud de Colón, Rafael Sánchez. Cuando vives algo así, el miedo te paraliza, solo piensas en la evolución de tu bebé y no disfrutas con plenitud de ella. Por fortuna, hoy ya está todo pasado y solo me queda decir mil veces gracias a todos los que nos ayudaron», añade Berta.