Desde que el 14 de julio del año pasado un terrorista en un camión arrolló a centenares de personas que celebraban el Día de la Bastilla en Niza, un nuevo miedo entró en la mente colectiva de los ciudadanos de países occidentales señalados por el Estado Islámico: el vehículo convertido en arma asesina. Llegaron después los ataques de Berlín, Londres y Estocolmo, que asentaron ese nuevo pavor.

Ayer, en Nueva York, ese miedo resucitó cuando un coche arrolló a numerosos peatones en el transitado Times Square, causando una víctima mortal y 22 heridos. Y aunque rápidamente las autoridades descartaron un acto de terrorismo y apuntaron como causa a la más común de los conductores que se ponen al volante bajo los efectos del alcohol o los estupefacientes, por unos momentos costó sacudirse el miedo. «Sabemos los tiempos en que vivimos», reconoció el alcalde neoyorquino, Bill de Blasio, al dar la información sobre el suceso.

Faltaban cinco minutos para el mediodía cuando un Honda granate que, según algunos testigos, circulaba erráticamente se subió a una acera en la plaza que es uno de los centros neurálgicos del turismo en la ciudad y por la que transitan a diario unas 300.000 personas. A continuación, el conductor aceleró y recorrió a alta velocidad tres manzanas, arrollando a los peatones a su paso antes de chocar con unos postes de contención, salir del vehículo e intentar sin éxito huir a pie. En su recorrido causó la muerte de una joven de 18 años y heridas a otras 22 personas, incluyendo a la hermana de 13 años de la fallecida. Cuatro de los heridos estaban anoche en estado crítico.

El conductor, que está detenido, fue identificado como Richard Rojas. Es un estadounidense de 26 años, vecino del barrio del Bronx, que según informó el alcalde es un veterano que pasó por la Marina. Tenía antecedentes penales y al menos en dos ocasiones había sido detenido por conducir ebrio o drogado. Según fuentes policiales, ayer también parecía estar bajo los efectos de alguna sustancia.

Los testigos relataron escenas de pánico protagonizadas por peatones que intentaban esquivar el coche. Transeúntes y policías prestaron los primeros auxilios a las víctimas, que quedaron tendidas en la acera. «Venía muy rápido, como a unos 120 kilómetros por hora en contra del tránsito», dijo Abd el Hameed, un vendedor callejero de comida, que aún tenía el ánimo exaltado por lo ocurrido. Y aunque la ciudad poco a poco volvió a respirar tranquila, quedó sacudida.