No nos importa en Córdoba reconocer la curiosa afición a cambiar el nombre de nuestras cosas. Antaño, con dichos como que la ciudad tenía «la verdad en el campo» y la «prisión en la Merced» o más actualmente recordando que la ONCE está en Vista Alegre, el Arco Bajo de la Corredera tiene más altura que el Arco Alto, Ciudad Jardín tardó medio siglo en tener una sola zona verde… Ya señala Antonio Gala que en esta ciudad un padre puede llamar a su hijo «padre mío» y él contestarle «hijo mío» sin que nadie se extrañe. Y no es que esté mal esta querencia a las contradicciones, que es tanto parte de nuestros pecados como de las virtudes colectivas. Incluso resulta un privilegio esta idiosincracia que nos distingue en tiempos de globalización.

Pero he observado que no nos limitamos a los juegos de palabras de sitios y nombres. Verán: un amigo gerente de una sociedad, cuyo nombre me reservo y ahora comprenderán ustedes por qué, se quejaba el otro día de la mala costumbre de ciertos empresarios que juegan a ser políticos en sus asociaciones. Y entiendan lo del término ‘jugar’ no como una distracción de niños, sino siguiendo el anglicismo play, en el sentido de desempeñar un papel, de realizar una interpretación. Me detuve a pensar y, tras darle la razón, observé que en Córdoba lo de permutar funciones es algo mucho más frecuente de lo recomendable, y de que también hay destacados casos de políticos en las décadas recientes que jugaron a empresarios, a impulsar macroproyectos directamente, sin darse cuenta de que es mucho más eficaz que la Administración actúe como el aceite en un motor y no suplantando a la máquina. Y ni mucho menos poniendo trabas al mecanismo.

Y hay más casos de confusión de roles: colectivos culturales que hacen de sus ideas una religión, entidades religiosas que convierten en cierto catecismo la cultura, algunas entidades ciudadanas muy de partido, miembros de formaciones políticas que se olvidan de las asociaciones de las que salieron, grandes rentistas que hacen de cobrar alquileres su empresa, empresarios que solo esperan de su sociedad una renta… Quizá porque desde los tiempos de La Feria de los Discretos hay cierto poso arraigado en la ciudad de gente que presume de señores, de potentados que simulan ser pueblo y, entre ambos, haciendo un bocadillo, se ningunea a los trabajadores que solo quieren sentirse orgullosos de su trabajo, currantes que precisamente son la espina dorsal de toda sociedad que avanza.

Ciertamente, todo buen ciudadano tiene que comprometerse con la comunidad y no limitarse a su tarea y su vida. Pero también debe centrarse en lo suyo y confiar en que los demás harán otro tanto en sus responsabilidades. Porque en la Córdoba en la que la ‘copa’ de vino es media copa y el ‘medio’ es la copa llena quizá hay otras muchas cosas trastocadas que impiden que se funcione con eficacia. Y es que tenemos muy buenos zapateros, pero a veces veo a algunos responsables que… cómo decirlo… no me parecen concentrados en sus zapatos.

* Periodista