Ya lo tenemos aquí. Termina la primavera y, sin que medie impasse alguno, despertamos de la euforia festiva cayendo en rampa al verano. En un chasquido se transformó la chaqueta en polo y el traje de gitana en mini shorts. Un cambio de escenario tan instantáneo y radical como un inicio de rebajas al día siguiente de acabar la Navidad. Una vez más nos coge de nuevas los rigores de un verano que cada temporada se supera a sí mismo y que, por obra de algún misterio, tenemos la capacidad de olvidar de un año para otro. Salta la alarma y parece no existir más alternativa que un éxodo obligado. Playa, sierra, parcela..., o lo que cada cual se pueda permitir. Los que no tienen esa oportunidad, los más, sobrellevarán el tórrido estío buscando el alivio de piscinas, siestas refrigeradas, subidas a la sierra, terrazas, jardines o cines de verano. Pero, por duro que pueda parecer, aún puede ser peor. Todas aquellas familias cordobesas con recursos ajustados de las que dependen niños, enfermos o ancianos ven en la llegada del verano un motivo de auténtica preocupación ante el problema que se les avecina. Familias que soportan meses de tormento porque no pueden afrontar el gasto que supondría tener refrigeración, acceder a una piscina o desplazarse a la sierra. Padres atrapados por las largas jornadas de cualquier trabajo precario con la preocupación de no saber qué está siendo de unos niños de «vacaciones» solos en sus casas sin poder hacer otra cosa. Ancianos a los que se les multiplica su soledad y desamparo ante la ausencia estacional de sus vecinos y familiares con el añadido de un enclaustramiento forzado. Enfermos a los que se les incrementan los riesgos de sus dolencias y perciben los efectos de la canícula de manera amplificada. Terrible. Que en Córdoba hace mucho calor en verano ya lo sabemos. Que cada año hace más, también. Pero es que últimamente el calor de Córdoba en verano sobrepasa lo prolongadamente aceptable y me da la sensación de que nuestros administradores aún no han tomado verdadera conciencia de que tenemos un problema. Aquí no solo es que haga mucho calor, es que hace más calor que en ningún lugar de España. Aquí no es que combatir el calor sea una opción placentera o un lujo, es una necesidad. Aquí no es que el verano dure tres meses, es que sus efectos pueden durar cinco. El mero reconocimiento por parte de la Administración de que tenemos un problema y debemos afrontarlo ya sería un primer paso. Crear un departamento específico para realizar estudios y proponer medidas que involucren transversalmente a las distintas áreas de gobierno municipal para ayudar a la población en su día a día contra el calor sería el segundo. Es momento de «poner pie en pared» y dar solución a las cíclicas y repetidas quejas sobre la falta de sombras, baldeos, piscinas públicas, ludotecas infantiles veraniegas, ayudas al gasto energético para refrigeración, centros de mayores, fuentes, el descontrol de los compresores de aire acondicionado o las barreras constructivas a las corrientes naturales de aire. De comenzar un camino que nos lleve a éxitos de habitabilidad como el conseguido en Dinamarca y reconocido por la ONU donde, tras haber desarrollado un plan análogo al propuesto, con la diferencia de que ha sido contra el frío y no contra el calor, han conseguido energía barata y no contaminante para los hogares y dotar a las ciudades de calefacción ambiental gracias a la transformación de residuos en electricidad en su planta de Avedøre, además de otras medidas sociales y un eficaz desarrollo en infraestructuras para este fin. La Corporación Municipal de nuestro Ayuntamiento comienza una nueva andadura, una magnífica oportunidad de apuntarse un tanto que podríamos llegar a recordar los cordobeses en veranos venideros.

* Antropólogo