La trascendencia revestida por la aprobación en las Cortes de la nación --2 de noviembre de 2006-- del segundo Estatuto de Autonomía para la comunidad andaluza que ésta deberá refrendar en referéndum convocado al efecto --18 de febrero de 2007-- y el estruendoso eco mediático obtenido por su formulación histórica a partir del manifiesto andalucista de Córdoba de 1 de enero de 1919, hace innecesario apelar a la captatio benevolentiae del lado de los lectores en orden a justificar que se aluda con innegable y en cualquier otro supuesto censurable volatinería cronológica al tan hodierno traído y llevado documento de autoría seguramente atribuible a partes iguales a dos de sus nueve suscriptores, Blas Infante y Eloy Vaquero , futuro ministro de la Gobernación en los días de la represión del Octubre rojo de 1934.

En plena onda autonomista desencadenada por la espectacular difusión de los principios wilsonianos y a tan sólo una semana de distancia de un pronunciamiento muy semejante al de una asamblea republicana celebrada en Sevilla bajo la presidencia del respetado jefe de Vaquero, su coterráneo Alejandro Lerroux , el extenso documento --un grimorio en varios de sus pasajes-- vendrá a ser la expresión quizá más acabada de la delicuescencia ideológica y la torturante prosa de la literatura regeneracionista en versión andaluza. Idéntico como acaba de recordarse no sólo al escrito republicano hispalense de finales del año anterior, sino también a todos los escritos de igual corte oposicionista radical-burgués que afloraron al abrigo de la crítica coyuntura para el establishment alfonsino sacudido por el fracaso del gobierno de concentración nacional de marzo-septiembre de 1918, sus rasgos más específicos tal vez radiquen en un victimismo de acento desconocido hasta entonces en la alhacarienta literatura andalucista y en el salto cualitativo que ello comportaba hacia la proyección del movimiento a un escenario verdaderamente nacionalista. Sin una mínima claridad conceptual en varios de sus tramos, la radicalidad y altisonancia del texto de los nacionalismos hispánicos --incluidos el catalán y el vasco, de los que, hábilmente, se hará un elogio sin reservas-- cara a una parentoria e inaplazable reforma de la Constitución de 1876. Desprovista de toda sustancia y legitimidad la Carta Magna canovista por la deturpación sistemática de gobernantes y caciques, se pintarán au noir sus instituciones y hombres, predicándose con fraseología lerrouxiano-infantiana la modificación de fond comble de la naturaleza del Estado. En la nueva España que ha de surgir de tal revolución constitucional, Andalucía, cuyo rango y status de nación se definen sin límite alguno y como herencia de una formulación desconocida de la Asamblea de Ronda de 12, 13 y 14 de enero de 1918, habrá de figurar por derecho propio y títulos tan numerosos como irrefutables, en vanguardia de los pueblos de Iberia, convertidos ahora "en los Estados Unidos de España", en pro de las eternas causas de la Humanidad.

"Andaluces: Andalucía es una nacionalidad, porque una común necesidad invita a todos sus hijos a luchar juntos por su común redención. Lo es también porque la naturaleza y la historia hicieron de ella una distinción en el territorio hispánico. Lo es también porque, lo mismo en España que en el extranjero, se la señala como un territorio y un pueblo diferente. La degeneración de Andalucía será la de todos vosotros (...) Nosotros, por esto, estamos fundidos con aquella expresión de la Asamblea Regionalista de Ronda que proclamó a Andalucía como una realidad nacional, como una patria (patria es un grupo humano que siente las mismas necesidades y ha de trabajar por satisfacerlas en común), como una patria viva en nuestras conciencias (...) No habiendo sido jamás Andalucía entregada a sí misma desde la conquista y dominación cristiana que vino a absorber nuestros jugos vitales y a esterilizar nuestro genio creador, no puede decirse que sea Andalucía incapaz de regirse bajo las nuevas condiciones. Cuantas veces fue libre, creó nuestra Región las únicas maravillosas civilizaciones que existieron en España. En su último período de libertad, el andaluz salvó de la barbarie europea la cultura occidental e inspiró a Europa la civilización con que cuenta hoy en el mundo (...) La tiranía económica y política que se hubo de desarrollar desde la conquista en este pueblo, no puede parangonarse con la que pasó sobre pueblo alguno del mundo. Los andaluces oprimidos perdieron la esperanza de su libertad y aun se olvidaron de ella. Pero esto no quiere decir que, si llegara el caso de ejercerla, no puedan demostrar lo que después de tiranizados, vilipendiados fueron, que, si hubo un pueblo creador en España, este pueblo fue el de Andalucía, como la patentiza su historia, enterrada por los dominadores y desenterrada hoy por muchos de sus hijos entusiastas, los cuales se sienten inspirados por la grandeza de la región".

El panorama de la Andalucía del Trienio bolchevique, descrita, a las veces, con acentos apocalípticos por cronistas con invencibles pulsiones literarias, semejaba ofrecerse como el más idóneo para que la exaltante llamada de los nueve suscriptores del Manifiesto de Córdoba --cuatro de ellos-- los únicos no avecindados en Sevilla o Córdoba -se supone que a título institucional de un Centro Regionalista Andaluz como el de Jaén, que no tenía más de quince miembros- alcanzará pronto y dilatado eco en una comunidad en estado de climatérico y efervescencia político-social. La realidad, empero, fue bien distinta. El pueblo andaluz en su conjunto e individualidades continuó sordo al mensaje de Infante y sus seguidores y dio la espalda a un escrito voluntarista, utópico y, en el fondo, politizado, ya que, según Eloy Vaquero, se redactó en la espera anhelante de la instauración de la Segunda República española, anunciada secretamente por Lerroux , con no pocos visos de certeza, para el 3 de enero de 1919.

Pues, en efecto, si como genuino, su poder de convocatoria era mínimo, como sucedáneo carecía de todo interés para unas masas que reclamaban cambios auténticamente revolucionarios al tiempo que se mostraba irrelevante para las élites que aspiraban a dirigir y "encauzar" dichos cambios conforme a un programa por en todo diferente al propugnado en el documento.

Seis meses después de su aparición, la respuesta de la sociedad andaluza fue tan clamorosa que ya no podía dejar duda alguna de su absoluto desvío del sueño infantiano. En las elecciones generales del 1 de junio, la Liga regionalista conseguía 15 diputados, el Partido Nacionalista Vasco, 5 --la más alta de sus representaciones antes de la República-- y los grupúsculos nacionalistas o regionalistas del resto de la Península y sus dos archipiélagos, 3. Ninguno de ellos pertenecía a Andalucía. Es probable que la presión en ella de la Guardia Civil y de los caciques fuera más intensa que en otras muchas zonas del país. Pero es por entero seguro que ésta no fue la causa más importante y acaso ni siquiera digna de contarse a los efectos del cósmico vacío sobre el que se proyectara el desastre electoral andalucista de aquélla tan significativa hora.

* Catedrático