Ahora que hojeo su libro póstumo me ha venido a la memoria el último café que compartí con Julio Anguita. Posteriormente lo encontré varias veces por la calle (la última renqueante de una rodilla), pero aquel desayuno deparó la última conversación pausada que mantuvimos. Él volviendo tempranero de su ejercicio físico, con bolsa y gorra de cierto aire yanqui que me daba pie a tomarle un poco el pelo y yo saliendo presto a iniciarlo. Eso solía suceder en el cruce de María Cristina con Claudio Marcelo. Y si ya estaban abiertas las puertas de la cafetería lindante con el templo romano -local que horas después solía ser lugar de cita frecuente entre periodistas y políticos municipales o de estos últimos entre sí- a lo mejor echábamos un desayuno y una charleta. En aquella ocasión estuvimos hablando de Asturias y de la posibilidad de aprovechar alguna coincidencia veraniega para compartir en Gijón mesa y mantel además de enseñarle el pueblín como suelo hacer con muchos de mis amigos cordobeses en iguales circunstancias.

El café (descafeinado el de los dos como disciplinados cardiópatas) dio para recordar una anécdota acaecida con otro gijonés, Santiago Carrillo, en los tiempos de la Transición, con ocasión de la campaña electoral de 1982 en la que se desplazó a nuestra ciudad apoyando a su partido. Yo era el delegado de TVE en Córdoba y como tal acudí a los distintos actos programados. Tenía el encargo específico de preguntarle sobre un asunto controvertido en relación con la minería asturiana y con CCOO, parte de cuyos orígenes están vinculados a la mina de La Camocha, cercana a Gijón. Y, aprovechando un momento distendido de la visita, así lo hice.

Notablemente incómodo, Carrillo, que además andaba un tanto ronco por un resfriado, trató de esquivar la cuestión, aludiendo a que era un tema complejo y poco menos que imprescindible ser asturiano para comprenderlo en sus justos términos. Hubo algunas sonrisas entre los compañeros próximos a la conversación y Anguita, que lo acompañaba, tuvo que ocultar un asomo de gesto divertido. La cosa se quedó ahí y luego la charla prosiguió con unos y otros...

Algo le debió comentar Julio, porque, al poco rato, con cara de buen chico y ante lo que podía derivarse de su no contestación, Carrillo se me acercó, con su impenitente cigarrillo en la mano, diciéndome: «Hombre... podías haberme dicho que éramos paisanos...». Le contesté amablemente (aunque lógicamente discrepando de su actitud) y después de dos o tres cafés (míos) y otros tantos cigarrillos (suyos) el asunto quedó informativa y felizmente liquidado. Así que abordamos otros temas. Entre ellos recuerdo que hablamos de sus visitas a Rumanía (yo había estado recientemente en Dubrovnik). En un momento de la charla pasó a saludarnos Karmentxu Marín, compañera mía de curso, que cubría la campaña para El País y que, testigo de la anécdota y poco menos que temerosa de que Carrillo me soltase un golpe de hoz y otro de martillo, trató de tranquilizarlo diciendo algo así como: «Don Santiago, no se preocupe que Carlos tiene mucha mano izquierda tratando estos problemas». A lo que con la clásica socarronería de los asturianos contestó... «Si sí, la mano izquierda del diablo, si conoceré yo a estos de mi pueblo...».

Lo que no quedó muy claro es si había visto Le llamaban Trinidad, la película que unos años antes había hecho saltar a la fama a Bud Spencer y Terence Hill, hermanos en el film. En una escena alguien pregunta por la identidad del segundo a lo que le contestan: «--Es Trinidad, la mano derecha del diablo». «--¿Y el otro...?» (por Bud Spencer). «--¿ El otro?... el otro es la mano izquierda». Queda en la memoria como uno de esos diálogos impagables de los westerns.

Más tarde Anguita me confirmó sonriendo su parte en la historia. «Hasta le dije que anduviese con tino que te habías leído El capital (lejos de mi semejante cáliz, si bien es cierto que había manejado algunas versiones comentadas para trabajos universitarios). El tiempo habría de enriquecer el lance. A mediados de los ochenta Gallego y Rey, remedando el espíritu de 13 Rue del Percebe, la genial creación de Ibáñez, publicaban en Diario 16 una serie de humor gráfico titulada 16 Rue del Pecesbarba (el Congreso de los Diputados). Basados en sus caricaturas se lanzaron al mercado unos muñecos en PVC --Los monclis-- caracterizados «ad hoc». Suárez era un arquero de Sherwood, Fraga un cruzado, Felipe un emperador romano, Alfonso Guerra un cocinero armado con un rodillo de amasar y así otros... ¿Y Carrillo?, dirán ustedes. Pues a Carrillo se le representó ataviado de cow-boy, presto a «desenfundar» una hoz y un martillo que sustituían a las cartucheras en su canana. Compré la figurita por si tenía la oportunidad de regalársela en algún acto y devolverle el comentario de la mano izquierda. Pero no hubo tal. La tengo en la repisa de mi librería, justo con el primero y el último de los libros de Julio.

* Periodista