El año pasado por estas fechas se cumplieron quinientos años de la partida desde Sanlúcar de Barrameda de la épica expedición que promovió y capitaneó Fernando de Magallanes. Una gran aventura que, a pesar de la pérdida de su capitán y tres años de vicisitudes, pudo ser culminada por un Juan Sebastián Elcano al que los avatares sobrevenidos le llevaron a lograr el hito de navegar la primera vuelta al mundo sin haberlo planeado en un principio. Una acción impresionante a la que he creído oportuno dedicarle este verano un especial interés por tan señalado aniversario. Para ello, he leído dos libros bastante amenos e ilustrativos sobre lo que aquello supuso: La ruta infinita de José Calvo Poyato, y Poniente: La increíble hazaña de Juan Sebastián Elcano y los hombres de la nao Victoria de Álber Vázquez. Totalmente recomendables los dos y que, a pesar de relatar los mismos hechos con distintas focalizaciones sobre protagonistas y acontecimientos, consiguen para un lector que se anime a leer ambos un resultado más complementario que solapado. Conforme los iba leyendo aumentaba cada vez más mi admiración hacia sus protagonistas por ese derroche de pericia marinera, tesón, fortaleza, amplitud de miras, valentía, humanidad, aguante y capacidad de adaptación sin el que no hubiese sido posible realizar esa hazaña. Destacable la juventud de todos ellos ante tamaño desafío, especialmente la precocidad con la que tenían que madurar chavales de menos de diez años prestando su servicio como paje o grumete a bordo de las naos. Resulta inimaginable lo que debieron ser esos meses y meses de dura navegación, recorriendo decenas de miles de kilómetros por océanos inexplorados, sin cartas de navegación, mal nutridos, hacinados, expuestos a todo, y día tras día anhelando a ciegas tener la fortuna de alcanzar un lugar mínimamente amigable cualquiera donde poder aliviar sus penurias en lo más básico y así continuar con su misión. Tremendo. Pero con esta preocupación sin tregua que todos padecemos, me ha sido imposible seguir esa aventura sin encontrar no pocas similitudes con la aventura actual que estamos viviendo a causa de la pandemia. Puede parecer un dislate apreciar paralelismos entre una expedición transoceánica del siglo XVI y una pandemia global del siglo XXI, pero tal vez no. Aquellos hombres soportaron durante su singladura un permanente estado de incertidumbre, aislamiento, recelo, temor, angustia, subsistencia, desconocimiento, amenazas invisibles, muerte, enfermedad, pérdida, naufragios, errores de sus líderes, esperanzas defraudadas... Seguro que les suena. Al igual que ellos, navegamos por esta pandemia sin unas cartas de navegación fiables que nos marquen la derrota adecuada, desconocemos el alcance temporal de esta situación y, aunque en ocasiones nos parezcan palos de ciego, acatamos y cumplimos las normas que imponen nuestros gobernantes con la esperanza de sobrevivir física y económicamente hasta alcanzar el ansiado puerto en que dispongamos de una vacuna eficaz. También sería positivo pensar, siguiendo con las similitudes, que si la expedición de Magallanes no hubiese pasado por esas penurias y contratiempos, si tal como habían planeado hubiesen llegado a las islas de la especiería por el paso del sur que descubrieron y retornado a España sin mayores contratiempos, Elcano no hubiese dado esa primera vuelta al mundo que tanto impulso dio a la Humanidad. Puede que sea este el momento en el que se hace necesario un replanteo sobre todo aquello que hemos visto naufragar en los últimos meses. Tal vez no debamos intentar volver a la normalidad por la vieja ruta sino que, al igual que Elcano y sus hombres, debamos aventurarnos en iniciativas inexploradas o que, aún conocidas hace tiempo, nunca se llegaron a desarrollar por mera desidia u ocultos intereses. Puede que sea este el momento de las grandes decisiones tantas veces pospuestas.