Sánchez contra Sánchez o Sánchez contra todos, que es Sánchez contra el mundo o Sánchez contra España. Albert Rivera es un irresponsable, Pablo Casado carece de sentido de Estado y Pablo Iglesias es un dogmático, nos vino a decir a todos como contestación a su terca impotencia o a su incapacidad para formar Gobierno. Veo a Pedro Sánchez un poco Lucky Luke sacándose el colt de la guantera pulida de su escaño, desenfundando su tiroteo verbal y disparando al cielo del Congreso a la desesperada, pero afinando el tiro. Digo Lucky Luke, aunque por altura o planta podría parecernos un Jimmy Stewart en Winchester 73 o un Gary Cooper más sólo ante el peligro que nunca. Y aunque algunos medios internacionales entusiastas han alabado la guapura de Sánchez, le falta consistencia como imagen icónica del héroe solitario que se enfrenta a la sombra de su alucinación, de sus propios errores convertidos en una gran reserva de redención profunda. Puede tener algo de la fragilidad inicial de James Stewart, que al final era fuerte; también lo es Pedro Sánchez, pero sin heroísmo, porque su proyección sobre la realidad carece de idealismo y parece enfocada únicamente a la renovación cíclica del colchón en la Moncloa. Y de Gary Cooper tiene la altura y ya, aunque en perseverancia es el mejor.

Algo así pareció en su discurso de recepción a los jugadores de la selección española de baloncesto, que venían con el oro de Pekín envuelto en su aureola sideral de compromiso y generosidad: que solo tenía en común con ellos la altura y su pasado como pívot lacio en el Estudiantes, donde le faltarían hechuras para fajarse bajo el aro, ganar la posición y guerrear. Lo suyo es más mover desde el banquillo, lo suyo es la trastienda del poder y no la pugna de los fajadores. Como amante del baloncesto me pareció excesivo el peloteo de Garbajosa, que por mucho que esté en su papel de presidente de la Federación Española de Baloncesto, se pasó veinte pueblos al decir que «Estamos encantados de volver a tu casa». Hombre, no es su casa. Menos mal que Sánchez luego por una vez lo arregló y dijo que la Moncloa era «la casa de todos los españoles». Porque la casa de Sánchez será su piso, donde esté. Y su forma de seguir en la Moncloa, siendo legal y legítima, comienza a parecerse a una ocupación que busca renovarse eternamente. Jorge Garbajosa, como jugador, ha sido lo más grande dentro de una generación de gente especialmente grande. Pero en estos momentos sobraba tanta cordialidad, porque da la impresión de que este hombre quiere seguir recibiendo en la Moncloa, como en su casa, no a cualquier precio, sino a uno demasiado alto: porque nada menos que 140 millones de euros van a costar las próximas elecciones, y ya vamos por las cuartas en cuatro años.

Veía a Pedro Sánchez al lado de estos jugadores y me preguntaba si sería posible que este hombre aprendiera algo de ellos. El valor de la exigencia y de la generosidad, de jugar en equipo y comprender que cuando uno falla hay que reconocerlo, hay que mirar al frente y proyectar una visión que incluya a las demás. Veo la profundidad del discurso de Ricky Rubio o el ejemplo de Rudy Fernández, la entrega y el esfuerzo, el no rendirse nunca y el no bajar los brazos de Sergio Scariolo, y me pregunto si este hombre, más allá de hacerse la foto de rigor con lo que no pudo ser --porque todos tuvimos esos sueños de juventud y canastas en el horizonte de nosotros mismos--, estaría comprendiendo algo de ellos, si podría ser consciente de que la fotografía daba lugar a una comparación que no era odiosa, sino clarificadora. Con esa foto le pasaba como con la Moncloa: que Pedro Sánchez tenía todo el derecho a estar ahí como presidente del Gobierno en funciones, pero estos meses no se lo ha ganado. Y las cosas, los triunfos, y hasta las derrotas hay que ganárselas. Este hombre solo ganó cuando se fajó en la carretera para pelear con Susana Díaz por las primarias del PSOE. Muchos lo enterraron, pero la muerte tenía un precio y Pedro Sánchez no estaba dispuesto a pagarlo: era el hombre de la horca que regresaba para impartir no justicia, sino su venganza a lo Atila en un PSOE que hoy no se reconoce.

Todos se equivocan: Rivera, Casado, Iglesias. Todos menos Sánchez. Irresponsable, sin sentido de Estado y dogmático, son sólo tres de sus balas disparadas al aire, que podrían intercambiar entre sí sus destinos. Pero ¿y Sánchez? Más allá de su dureza de junco, su resistencia y su enroque, solamente sabemos que es un hombre sin autocrítica.

* Escritor