Todavía tenemos todos el recuerdo fresco del confinamiento. La mayoría no había tenido una experiencia parecida jamás en su vida. Incluso diríamos más: el confinamiento nos ha dejado huella en el alma. Tal vez porque nos ha tocado ese estado esencial como es nuestro libre albedrío, nuestra libertad. El no poder tener libertad de movimiento incide directamente no sólo en nuestro ánimo, sino en todos los entresijos de la mente que organizan la voluntad. Por ello decimos que el confinamiento no sólo ha dejado registro no sólo en nuestra memoria, sino en nuestras emociones y en nuestro subconsciente. Ya pasó y no sería un ejercicio saludable y connatural a la inteligencia humana el no analizarlo a toro pasado y sacar conclusiones que nos sirvan para avanzar, para progresar, para conocernos mejor y utilizar ese conocimiento para cambiar lo que haya que cambiar y potenciar aquello que nos ha servido para resistir. Sobre todo entendiendo la causa del confinamiento. Esta la gran mayoría la tenemos clara. La pandemia causada por el coronavirus. No ha pasado mucho desde que nos han desconfinado. Hemos recuperado esa libertad, pero las consecuencias siguen latentes y en demasiadas circunstancias empeorando: la crisis económica que ha generado la pandemia tiene casi en un punto de no retorno a nuestro estado del bienestar. No podemos volver a confinarnos. Las medidas de asepsia que se han decretado por las autoridades son nuestra estrategia fundamental para no volver al principio. Ya no vale echarle la culpa a otros, Ahora somos cada uno individualmente los que tenemos la responsabilidad. El brote de coronavirus de la discoteca Babylonia nos debería hacer reflexionar en aquello del efecto mariposa. Nunca tanto la irresponsabilidad de unos pocos puede afectar sobre la vida de todos. Lo dicho: seamos responsables y de paso aprovechemos la pandemia para desarrollar en nosotros el valor de la solidaridad.

* Mediador y coach