Este el mensaje con el que Dominic Cummings dio forma a la campaña ‘Vote Leave’ en favor de la salida del Reino Unido de la Unión Europea. Con la utilización del big data y la difusión selectiva de mensajes falsos mediante la empresa Cambridge Analytica, consiguió lo que parecía inicialmente muy difícil: el triunfo del Brexit. La Europa continental ha mantenido una compleja relación con el Reino Unido, pero este siempre ha formado parte sustancial de la historia europea. Después de la II Guerra Mundial, Churchill propuso la creación de unos Estados Unidos de Europa aunque sin el Reino Unido dentro de ellos. La Commonweatlh de una parte, y su estrecho «parentesco» con los Estados Unidos, les eran suficientes para mantener aún su posición de independencia respecto del resto de Europa.

Cuando la idea de un mercado común europeo comenzó a tomar forma, después del éxito de la CECA y conforme se desvanecía la quimera de mantener el viejo imperio victoriano, intentaron entrar en el club, pero encontraron el veto de Charles De Gaulle, que veía con desconfianza al otrora aliado en la liberación de Francia. Posteriormente lograrían firmar el acuerdo de ingreso, y en 1975 más de dos tercios de los ciudadanos británicos votaron a favor de su entrada en el Mercado Común. Con Margaret Thatcher se iniciaría una política de recelos hacía cualquier intento de unificación política. Las ventajas del mercado sí, los compromisos de una mayor integración no. Además, en cada crisis económica, el argumento fácil de ciertos políticos británicos era culpar a Europa de sus males. El euroescepticismo se incrementaría a partir de la crisis del 2008, lo que unido al populismo y a la crisis de los torys forzaría a David Cameron a la aventura del referéndum de 2016, cumpliendo de ese modo la promesa electoral incumplida de ratificación popular del Tratado de Lisboa de 2015.

Los mensajes populistas, las fake news, el resentimiento contra la clase política, la pérdida de peso en la geopolítica y otros ingredientes de este magma, contribuyeron a un pírrico triunfo del Brexit, pero triunfo al fin. Se inició así un complicado camino hacía el divorcio al que en los últimos días del pasado año se puso punto y -digo bien- seguido. Ciertamente el acuerdo de salida está firmado, pero como en muchos divorcios, lo complicado viene a la hora de aplicar y cumplir y hacer cumplir los términos del acuerdo. Como ha dicho Federico Steinberg, ahora se inicia el Brexit de las pequeñas cosas. Ese que de verdad afecta a la vida diaria de la ciudadanía: la necesidad de un carnet de conducir con documentación adicional, la asistencia sanitaria gratuita con reciprocidad, permisos de residencia, la utilización de los servicios bancarios y sus comisiones, el roaming, la importación de alimentos procedentes del continente (escasez que se ha evidenciado el pasado mes en los supermercados británicos), los aranceles, la recuperación de toda la infraestructura aduanera y los consiguientes retrasos para el tránsito de bienes y personas, y muchas más que iremos conociendo a medida que pasen los días.

Pero la Unión Europea no se puede permitir la melancolía por quien se ha ido. Es el momento de fortalecer y avanzar en el proceso de construcción política. Escribía recientemente Enrique Feás que para algunos la ausencia del Reino Unido ha hecho más fácil la aprobación del Fondo de Recuperación Europeo. Desde luego, coincido con él, en que al renacer un mundo multipolar, Europa sin Reino Unido y viceversa, van a perder peso en el complejo entramado de las nuevas relaciones internacionales. Sin embargo, estoy persuadido de que el progresivo aislamiento de Gran Bretaña y la dificultad de encarar en soledad la crisis de la pandemia, si va acompañada del éxito del programa europeo común para sortear esta situación, contribuirán a cambiar el paisaje. Escocia ya ha iniciado claramente una campaña para su reincorporación a la UE, previo referéndum de autodeterminación. Es de esperar que la relación con los Estados Unidos ofrezca un nuevo rumbo, aunque desde luego ya es hora de que Europa «tome su propio control» y para ello hace falta una política exterior y de defensa propia y una mayor cohesión política interna. En todo caso, el Reino Unido deberá seguir siendo un aliado y ya se sabe que nuestra relación histórica siempre fue de ida y vuelta. A lo mejor el 31 de diciembre solo fue un hasta luego.

* Catedrático