En la actividad de un profesor debe ocupar un lugar importante la transmisión de las fuentes del conocimiento, de dónde se nutre en su formación académica y personal, por ello en mis clases siempre comunicaba algunas de mis lecturas, libros que me interesaban, fuesen o no de mi materia, porque me parecía que era un ejercicio de honestidad intelectual. Si aún siguiera en activo, estoy seguro de que en algún momento recomendaría a mis alumnos el libro de Vicente Luis Mora Centroeuropa, no solo porque es una de esos libros que comienzas y no puedes dejar (lo leí el mismo día en que lo compré), sino porque recordaba lo que el autor decía en una entrevista en este diario el pasado mes de septiembre, cuando al referirse a la perspectiva con que abordarían su obra distintos lectores, expresaba que «los historiadores verán algunas pistas que pueden llevar a ciertas conclusiones». Llegué al libro atraído por las reseñas elogiosas que encontraba, entre otras la de Cuadernos del Sur, pero también por mi interés por la historia del centro de Europa.

La historia aparece desde las primeras páginas, tanto por la alusión a un historiador, Jakob Moltke, como porque el protagonista, Redo Hauptshammer, que llega a Prusia para establecerse a un lugar junto al río Oder, se da cuenta de «que en estas tierras azotadas por la historia, lo que encuentras nada más abrir el suelo son anchos ríos de sangre». El historiador se convertirá en una referencia indispensable en la formación de Redo, y desde su primer encuentro ya le anuncia cuál es una de sus preferencias: Kant. Y muy pronto se da cuenta de su actitud ante el conocimiento: «Lo que no sé me define, y me definen muchas cosas». De él aprenderá que «el exceso de pasado es tan perjudicial como la falta de él. En los Balcanes hay demasiada Historia», y otras reflexiones: «Es muy interesante leer la Historia desde la perspectiva de los vencidos […] La Historia es como un juego de pelota, donde la bola pisoteada somos nosotros». No soy especialista en literatura, pero mantengo que estamos ante una obra de gran calidad literaria, en la cual también encontraremos varias alusiones a aspectos fundamentales de la historia de Alemania, en particular lo referente al tránsito desde el Antiguo al Nuevo Régimen: «Dos regímenes, dos modos de ver el Estado y el mundo».

No desvelo nada para los posibles lectores si cuento que el inicio es el hallazgo de un cadáver, un soldado húsar congelado en el terreno que el protagonista y relator de la historia iba a cultivar. A partir de entonces seguirían apareciendo cadáveres, en un ritmo de progresión geométrica: dos, cuatro, ocho, dieciséis. Me ha llamado la atención esa sucesión numérica, tanto como que los seis capítulos de que se compone el libro aumenten también su extensión a un ritmo muy similar. Quizás todo sea casualidad, pero mi interés por los números me ha conducido a observar ese detalle, como también que la reflexión final del protagonista: «Debo poner fin, para lo que será preciso contabilizar una serie de cosas», se componga justo de treinta y dos consideraciones.

Y si comenzaba con un recordatorio de mis costumbres como docente, quisiera finalizar con otra de ellas, que era la de seleccionar un párrafo de algún libro e incluirlo en la parte inferior de mis exámenes para motivar a mis alumnos. En este caso habría escogido la siguiente: «Gracias a Jakob ahora tengo una cultura, que me permite uno de los dones más preciados de la civilización: enunciar los lugares comunes de forma que parezcan otra cosa. La cultura permite presentar las obviedades antiguas como si fueran nuevas».

Como carezco de la posibilidad de recomendar el libro en el aula, lo hago desde estas páginas. Asimismo, sugiero la posibilidad de que el lector medite sobre esa frase seleccionada.