Alerta Marc Masip, creador y director del Instituto Psicológico Descononect@, que los adolescentes comienzan a consumir pornografía a los diez años y antes incluso, y que todos los adolescentes (casi niños, diría yo) que llegan a su centro pidiendo ayuda ven pornografía durísima, porque en internet hay barra libre y acceso directo al sexo explícito, la violencia y las apuestas de juego. Y luego nos extrañamos -oh, hipocresía- que broten manadas en Pamplona y en el villorrio más recóndito. Pongo en el buscador de Google la palabra porno y en 0,30 segundos aparecen más de 1.290 millones de entradas «aproximadamente», dice el portal, de acceso libre e inmediato donde se muestran orgías sin cuento, casi siempre con tíos que someten a la mujer, a veces en grupo, otras agarrándolas por el cuello o azotándolas; y el sexo en libertad no es eso, aunque hoy sea el despertar a la sexualidad de muchos adolescentes. La pornografía en internet es un inmenso océano sin ningún tipo de filtro ni control, más allá del que puedan establecer los padres, que es ninguno, seamos serios, pues desde muy niños tienen smarphones con acceso a todo tipo de conexiones. No en vano, según Desconect@, España es el país europeo con más adicción adolescente, el 32,3% mientras la media europea se sitúa en un 12,7%. Las ventajas que ha supuesto internet son obvias, incuestionables y, se supone, han mejorado la vida, pero la realidad es que el mundo ha cambiado radicalmente en muy poco tiempo, y si alguien no lo ve, que le pregunten a los taxistas y a tantos negocios, comercios y formas de ganarse el pan que han sucumbido. Pero el caso es que en asuntos como educación y la relación con los demás, el aprendizaje y el descubrimiento del mundo hoy se hace a través de la pantalla, donde cada uno en su anonimato se imagina ser quien no es, finge, engaña y se expone sin caer en la cuenta de que la foto que manda al amigo la verán miles de ojos que no son los del receptor original. Ojos que lo último que hacen antes de cerrarse es ver el móvil, lo mismo que será lo primero que verán al día siguiente, e incluso dormirán con el teléfono encendido debajo de la almohada. Como padre y como ciudadano me aterra esta realidad incómoda por la que vamos pasando de puntillas, tal vez, porque también los adultos llevamos una vida apantallada. Basta mirar a nuestro alrededor, en el trabajo, en el bar o en una comida familiar. A veces reparamos en ello, lanzamos una queja y seguimos wasapeando, lo cual no nos libra de ser cómplices y culpables del mundo que estamos creando.

* Periodista