Repasando la prensa diaria todo resulta zozobra y ansiedad, tensión y enfrentamiento, sectarismo e intolerancia. Ya mires dentro o fuera del país. Los impactos/no pactos y los desplantes de la política nacional; los cuchillos afilados en las cúpulas de las grandes corporaciones bancarias; Puigdemont con sus cenas, alojamientos y traslados; Venezuela con su asfixiante situación; Donald Trump con sus xenófobas medidas y redadas; incendios y catástrofes hacen el resto junto a la crónica de sucesos y las desgracias ajenas. Las altas temperaturas las carga el diablo, ya saben. Esto me recuerda el título de la exitosa novela del escritor malagueño Javier Castillo El día que se perdió la cordura. Apenas nos salva el ciclismo y el cincuentenario del Apolo XI.

Por eso, es mejor mirar la vida y gente. La cotidianeidad ordinaria que vive, menos mal, ajena a tanta mediocridad y a tanto trilero oportunista. Los san Fermines con su «pobre de mí» y su algarabía, dieron paso a la Virgen del Carmen marinera, mientras media población anda metiendo los pies en agua cuando la otra media va cogiendo la toalla y la sombrilla. Las terrazas rebosan de gentío y las estaciones y aeropuertos son un bullir de personas dispuestas a encontrarse con otras gentes y culturas, a desconectar de tanta farsa y de tanta impostura. El único avión de la ciudad, ese que nunca despega como icono e irónica parodia de la ciudad que lo alberga, se rodea de plegables mesitas improvisadas que lo escoltan sobre la verde hierba junto al Guadalquivir, recreando un animado y refrescante picnic nocturno, que sirve para aliviar los tres niveles de mercurio que aguantamos por estos lares y ustedes conocen: el calor, la caló y las calores...

A veces, me invade la sensación de que transitamos por mundos distintos y paralelos. Que lo noticiable es como si fuera de otro lugar y perteneciera a otra etapa de la historia.

Me pregunto si a todos esos que viven de lo público, no les gustaría un poquito de gazpacho fresquito, y una siestecita relajante tras el almuerzo. ¡Están tan excitados y agotados!. Tal vez si salieran por pandillas en bicicleta como los protagonistas de Verano Azul, o en parejas a andar como hacen los matrimonios por el Vial, se pondrían de acuerdo en sus diferencias. Un perolillo nocturno en el Arenal hermana mucho, ya lo creo. Y si hay que debatir, en los veladores junto al Potro te sientes parte de la historia, y hasta eres capaz de asumir tus propias responsabilidades.

Las universidades tendrían que organizar curso de verano - gratuitos, claro- con terapias antiestrés para los incrédulos y sufridos ciudadanos, y seminarios de comunicación y diálogo -obligatorios, por supuesto- para tantos encerrados en la ignorancia de su egoísmo y en los límites mentales de su cuenta de whatsapps o de sus imaginarios amigos del Facebook, ese que te secuestra los datos sin que te enteres.

En fín, las cosas del verano, donde el sentido común está de vacaciones, mientras otros nos hacen la puñeta.

* Abogado y mediador