El origen de las pandemias tiene mucho que ver con el de las especies puesto que tanto la adaptación y evolución de las mismas con la supervivencia y la selección natural de la que mejor se adapta al medio, por decirlo de manera resumida, es también el origen de los microorganismos que originan las grandes epidemias de la historia. Pero mi reflexión ahora va dirigida en el sentido de que al igual que existe una relación entre las pandemias históricas y las consecuencias en la sociedad, tanto económicas como sociales, culturales y estructurales, en sentido contrario, las condiciones cambiantes de la historia humana, y sobre todo de la económica, están también en el origen de las pandemias, como algunas que esbozaremos. Es cierto que nadie puede decir a ciencia cierta qué causa una epidemia, pero hay factores que resultan decisivos.

La peste negra en 1348 en la que sucumbió al menos la tercera parte de la población europea, aparece en Europa de la mano del incremento del comercio con Asia. Una forma de mercado en el que las materias primas que Europa necesitaba procedían del mundo asiático, al igual que la yersinia pestis en las ratas de los barcos y lo fardones. Las consecuencias de aquella peste negra además de un fuerte impacto cultural (el Renacimiento) y religioso (el humanismo), fueron el surgimiento posterior de una burguesía y una economía de mercado que sustituiría a una economía de subsistencia.

Pero del mismo modo que la Ruta de la Seda y alguna guerra en el propio suelo europeo, están en el origen de la peste negra, se pasó a las grandes epidemias americanas de sarampión, viruela, tifus o gripe, cuando llegan los españoles y europeos a aquel continente. A todo ello no era ajeno el lucrativo negocio durante siglos del comercio de esclavos. La esclavitud se convirtió así en un factor decisivo en las epidemias de fiebre amarilla o malaria y «la implacable tala de bosque vírgenes para liberar tierras destinadas al cultivo de la caña de azúcar» como escribe el historiador Sheldon Watts. Y en sentido contrario se expandió la fiebre amarilla, desde África a América y luego a Europa.

Las pandemias de cólera que afectaron a Europa desde finales desde principios del siglo XIX, hasta mediados del XX, están relacionadas con el colonialismo británico en la India, donde se encuentra el reservorio principal de la enfermedad. Respecto a la gripe española, el factor definitorio fue la guerra mundial y la movilidad de las tropas; una guerra con causa estrictamente económica entre las potencias litigantes. De hecho supuso la condición de primera potencia a los USA.

Respecto a la tuberculosis, es la enfermedad de la revolución industrial por excelencia y se extendió a partir del siglo XVIII por toda Europa, y aún existe en nuestros días -cientos de miles de personas mueren en el mundo de esta enfermedad-, y tuvo su causa fundamental en el hacinamiento, la falta de higiene, las condiciones miserables de vida y alimentación, que se produjo en las ciudades como consecuencia de la revolución industrial que hizo que la gente se trasladara del campo a la ciudad, buscando mejores condiciones de vida y encontró la enfermedad y la miseria, de la que se derivarían los movimientos sociales y revolucionarios de siglos posteriores. Y ello es trasladado posteriormente a las colonias. Es decir hay una doble circunstancia: revolución industrial y colonización.

Factor este último que vuelve a aparecer en el origen de la epidemia de sida. El sida surge no después de 1908 en el sudeste de Camerún, con la interacción de los humanos con la caza de animales salvajes (chimpancés), de allí pasó al Congo, donde por la densidad de población, determinadas prácticas sanitarias, las costumbres sexuales urbanas, diferentes de las rurales incluida la prostitución, favorecieron su expansión y la llegada a otros lugares del mundo solo era cuestión de tiempo.

Respecto a la epidemia de las vacas locas surge directamente de las condiciones cambiantes de la industria del pienso que con la pretensión de abaratar su producción, en 1981, se disminuyeron las temperaturas de fabricación de harinas fabricadas -más grasosas además- y su exposición a solventes orgánicos, con despojos de mamíferos, sobro todo de ovejas -que tenían una encefalopatía, el scrapie-, y la proteína priónica dio un salto de especies y después se introdujo en la cadena alimenticia humana. Y la gripe porcina (gripe A) de 2009, surgió de un intercambio masivo del virus en las grandes granjas de cerdos fronterizas de USA y México con el ser humano, lo que hizo que el virus, de origen aviar mutara.

Es en los últimos cincuenta años cuando la irrupción de nuevas enfermedades emergentes se ha hecho habitual en nuestro planeta desde 1967 con el virus Marburgo, pasando por la fiebre Lassa, el Ébola, el VIH, el virus Hedra, Nipah, y del Nilo occidental, la gripe aviar, gripe A, los coronavirus del SARS, MERS, hasta el actual. Y ello no es por casualidad.

El constructo de las enfermedades va condicionado y en paralelo por el constructo social y económico que le acompaña. En el coronavirus es la situación ecológica y la globalización. El reservorio principal de los coronavirus son los murciélagos de herradura en las selvas asiáticas. La compraventa de animales salvajes en una economía subsidiaria y sumergida, la perturbación de los hábitats, conduce a un incremento del nivel de riesgo.

Todas las epidemias tienen algo de inevitabilidad e imprevisibilidad, lo cual no quiere decir que sean imprevisibles e inevitables. El conocimiento de este origen ¿nos hará rectificar? Lo dudo porque el interés económico siempre se ha impuesto históricamente a la salud, pero al menos debería ser un factor más en la conciencia de que lo que hagamos ahora estará condicionando el futuro.

Pero aun en la situación actual hay condicionamientos de este tipo. En los comienzos de esta tercera onda epidémica -que si se comporta como la de la gripe española como ha ocurrido hasta ahora, puede llegar hasta el verano-, la solución ya no es el rastreo intensivo o el diagnóstico precoz -imprescindibles- sino un nuevo confinamiento estricto y radical de un mínimo de entre dos y cuatro semanas y si es de todo el país mejor. Así se evitarán cientos, quizás miles de muertes y hospitalizaciones, que irán surgiendo con la demora propia de las evolución de la enfermedad con el aumento de la incidencia.

* Médico y poeta