Pues voy a mi estación de mi Renfe a sacarme mi billete para mi tren. Me dirán viejo rancio porque no lo saco por internet u otra máquina. Pero es que yo sigo prefiriendo el contacto humano, aunque cada vez más de vez en vez me lleve un revés en vez de un envés; o sea, un desplante, una chulería, un desprecio o una bofetada. Ese día tocó bofetada. Llego a mi ventanilla de mi Renfe. Al otro lado, elevado en su sillón trono o poltrona, para que me sienta más supeditado, uno de esos jóvenes que aún no se enteran de que la vida va también con ellos, porque vive protegido por el aire acondicionado. Este joven, pulcro, pisaverde, corbata, pasador, tersura, me otea perdonándome la vida. No me fío. Desde mi inferioridad, le pregunto por horarios, precios y llegadas. El joven, edulcorado, va cambiando su expresión aséptica por ¡otro pardillo, cateto, pringado!, y cuando ya no puede más de aguantar su risa, se vuelve a su compañero de su izquierda. Éste, que no tiene nada que hacer, ha seguido desde su trono la conversación, y mete baza. A mi pregunta de si tal tren para en tal estación, me contesta que no, pero que me puedo bajar en otra e ir andando hasta la próxima. Yo le contestaría que andando va a ir uno de sus ancestros, y le sugeriría que no me tocase lo que creo que aún poseo cerca del nervio pudendo; pero callo, porque imagino que el que no tenía velas en este entierro debe de llevar bien depilada la bolsa escrotal. ¿Para qué hablar con sátrapas desde la humillación de necesitarlos? A ver si privatizan otra empresa pública y así se diluyen los dioses que se creen que yo soy la servidumbre y ellos, el señor. A ver si no me muero antes de que llegue esta parusía para el pueblo, explotado, aplastado, asendereado, vejado, humillado, que solo le queda ya el derecho a morirse para liberarse de tanto prepotente, vano, estéril, cínico, tan elevado aún que no se da cuenta de que también es pueblo y de que también él y los suyos viven maniatados, aplastados, asendereados, vejados, humillados y explotados. A ver si algún día le ocurre el milagro de curarse de ese trono. No lo creo, porque hasta para un milagro hace falta no ser un dormido triturado por este Poder oculto, que extiende su aire putrefacto de ciénaga en cada alma y cada circunstancia.

* Escritor