Dada la clarividencia del promotor y uno de los prologuistas de la obra glosada --el otro fue el duque de Maura, primogénito del prócer mallorquín, conservador y primer poseedor del título nobiliario--, era lógico que el Prof. Jaume Vicens Vives destacase como una de sus principales joyas historiográficas la descripción en primera persona de la revolución húngara acaudillada por Bela Kum (1886-1937). A la sensibilidad tremente del egregio estudioso gerundense no se le ocultaron, en efecto, los incontables valores contenidos en el relato de A. Suqué Sucosa, al frente, en aquellos días climatéricos de finales de 1918 e inicios del siguiente año, de la representación diplomática española en Budapest. Desde perspectivas actuales, la recreación de la atmósfera de la capital imperial en el desmoronamiento de su antiguo rango y esplendor a manos de la revolución comunista que fuese, coetáneamente, la réplica más perfecta de la acontecida meses atrás en el antiguo país de los zares. Solo por estas páginas entrañaría un acierto memorialístico la reedición del texto de Suqué, perfectamente posible de imaginar en el loable revival editorial y publicístico alentado en nuestros días por el Govern respecto de cualesquiera libros de autoría catalana.

Pero hay otras muchas joyas historiográficas guardadas en la obra referida. De sus siguientes estancias en el viejo continente y en el suramericano sus acotaciones y remembranzas son igualmente de subido interés; bien que su escolio sea más propio de una publicación especializada que de un volandero artículo periodístico. Empero, aun así, no cabe dejar de aludir a su rica experiencia triestina en el instante mismo en el que el irredentismo italiano lograba su incorporación a Roma, cuando los primeros «fascios de combate» mussolinianos encontraban en ello uno de sus principales motivos de inspiración.

Mas junto a todas estas piezas únicas en la literatura memoriográfica española es dable toparnos también a cada paso con anotaciones y comentarios acerca de la historia hispana del momento. Por supuesto, la evolución del ministerio de Estado desde el canovismo a la Segunda República halla en la pluma del escritor tarraconense un cronista avisado, atento a los planteamientos generales de su actividad como a sabrosas e instructivas anécdotas acerca de los usos y costumbres de la maquinaria y actores del señorial palacio madrileño de Santa Cruz. Y, en igual línea, Suqué se descubre como testigo buido y entusiasta de las grandes transformaciones urbanísticas y sociales del Madrid de la segunda fase de la Restauración que hicieron de la Villa y Corte en tiempos de la primera Dictadura novecentista una ciudad de empaque y ritmo cosmopolitas, conforme a la aguda mirada y competente experiencia de un incomparable viajero.

Los recuerdos de este admirable español catalán o catalán español, sin merma alguna de tan enriquecedora doble condición, son aconsejables de leer en cualquier época o estación climatológica. En las horas presentes cuando se avecinan sucesos que alterarán grave ¿e irreparablemente? la convivencia nacional, dicha lectura se ofrece tal vez como uno de los mejores antídotos contra desgarros, no por artificiales menos excruciantes, de una identidad que encontró en tan benemérito servidor del Estado una de sus más altas y estimulantes expresiones.

* Catedrático