Les voy a contar la historia de José Guerra Lozano, nombre que a lo mejor no les suena. Era cordobés, amado por quienes le conocieron y muy respetado en su profesión de perito agrícola. Precisamente por esta ocupación, y más en un papel de tecnócrata que de político, comenzó a ejercer diversos cargos públicos, como concejal del Ayuntamiento cordobés, para pasar a ser el primer presidente de la Diputación de la II República en Córdoba, en 1931.

En su primer mandato, hizo cosas de provecho para la provincia, como racionalizar las comunicaciones, diseñando las primeras carreteras a la Sierra, o comenzar la más que necesaria Reforma Agraria. No era, como se dijo, ateo, sino un creyente poco amigo de jerarquías, ya fueran eclesiásticas o basadas en las fortunas heredadas. Estableció en el Hospital Provincial a limpiadoras y enfermeras junto a las monjas, para que éstas no tuvieran que lavar o desvestir a niños varones. Sacó a Quinito, el conocido restaurador del no menos famoso Hotel Simón, para ponerlo de cocinero del Hospital, y llevaba allí los domingos a la orquesta de Córdoba, a fin de que los enfermos pudieran oír música.

El 18 de julio de 1936 intentó resistir en el Gobierno Civil, entre los cañonazos, siendo detenido poco después. Su conductor le propuso un plan para huir a Madrid, pero la respuesta de José Guerra fue que él no había hecho nada malo para tener que huir de la legalidad, y convenció a su conductor para escapar solo, lo que hizo, salvando su vida. Podría decir más. Podría hablar, pero me niego, de cómo vivieron su viuda y sus hijos, entre los que se cuenta (ayer cumplió 87 años) mi abuela Aurora Guerra. Podría hablar de todo lo que pasó con José Guerra Lozano para que fuera fusilado el 19 de agosto. Pero no pienso hacerlo. He querido contar lo que él hizo, no lo que le hicieron a él. Mi bisabuela, con la que viví unos años, al enterarse de la noticia el día 20 por la mañana, dijo de sus verdugos: "Yo ya les he perdonado". ¿Con qué derecho podríamos no hacerlo los demás? La historia, las vidas, siguen. Ayer, casi setenta años después, se colocó en su óleo de la Diputación Provincial una placa con su nombre; un cuadro que hasta ayer, pero ya nunca más, retrataba a un fantasma.