La política sube al candelero en Andalucía. Nuevos dirigentes, nuevos consensos, nuevos pactos para gobernar. Nuevos programas, nuevos retos. Hay una pregunta que golpea con frecuencia las sienes de la opinión pública: «¿Cómo es posible que la política haya pasado de ser el arte más sublime, el de regir rectamente la convivencia, a ser el más menospreciado por la gente?». Aristóteles concebía la política como el gobierno de la «polis», la comunidad perfecta, la que surgió para satisfacer las necesidades vitales de la persona. En cambio, hoy popularmente muchos se inhiben de ella porque culpan a los políticos de la devaluación de la propia política. Probablemente, en el fondo, existe una manera diferente de entenderla: los que conciben lo que es político como un espacio constructivo de libertad y de deliberación pública, y los que lo consideran un espacio de poder, conflicto y antagonismo. Lo hemos visto estos días con nuestros propios ojos. Calles y plazas de Andalucía se han visto asaltadas por ese «contrapoder» que, de alguna manera, rompiendo las reglas establecidas, quiere asaltar el «poder» surgido de las urnas. Inconcebible, pero cierto. El Papa Francisco, al principio de su pontificado, en la audiencias pública con alumnos y exalumnos de los colegios jesuitas de Italia y Albania, respondiendo a la pregunta de un joven, afirmaba con mucha fuerza: «Involucrarse en la política es una obligación para un cristiano. Nosotros no podemos jugar a ser Pilato y lavarnos las manos. La política es una de las formas más altas de la caridad, porque es servir al bien común. Los laicos cristianos deben trabajar en política. Dicen «la política es demasiado sucia», pero ¿por culpa de quién? ¿Yo qué hago? Es un deber trabajar por el bien común y, a menudo, el camino para trabajar en él es el camino de la política». El cambio de dirigentes en Andalucía será una buena ocasión para «involucrarse en política», en una política nueva, eficaz, transparente y verdadera.

* Sacerdote y periodista