Hoy estamos muy acostumbrados a juzgar hechos, pero no valores. Juzgamos un hecho concreto pero poco, muy poco o nada nos detenemos a juzgar qué valor o valores se encuentran sosteniendo ese hecho para que se produzca, sobre todo si el hecho es considerado negativo o nos causa algún tipo de repugnancia. Como mucho, entre el hecho y el valor que lo sostiene (si es que lo sostiene algún valor) hablamos de las circunstancias (muy orteguiano) o, mejor, de la situación que lo ha provocado. Pero hoy, repito, casi nadie esgrime la suerte de valores que propician con el paso del tiempo una serie de circunstancias para que acabe sucediendo algo. Cuando este algo es considerado bueno, positivo, beneficioso y útil para la sociedad, todo el mundo corre para colgarse alguna medalla. Pero ¡ay! Si lo que ocurre no es tan bueno ni útil, entonces la gente comienza a escurrir el bulto y comienzan las urgencias por encontrar cuanto antes un o una «cabeza de turco» con la que paliar, justificar y hacer desaparecer cuanto antes de la memoria colectiva el acontecimiento concreto. Antes de explicar por qué ocurre esto, voy a poner un ejemplo de un hecho negativo para que mis lectores no se pierdan.

Imagínate que paras en una gasolinera a comprar algo y dejas el coche abierto y con las llaves puestas. Son unos instantes solamente. Mientras realizas la compra, llega un desalmado y te roba el coche. Ya tenemos todos los actores. Se ha producido un hecho, el robo. Para que el robo se produzca, se han producido unas circunstancias: te has dejado el coche abierto y con las llaves puestas. Hasta aquí todo es meridianamente fácil de resolver si tenemos que encontrar a los culpables. El culpable del robo es quien se haya apropiado de un bien que no es suyo, pero si vamos hacia atrás podríamos incluso culpar al propietario del coche por haberlo dejado abierto. Quizás no empleamos el término culpable pero sí el de negligente, descuidado, etcétera. Aunque, puestos a buscar algún culpable, la cadena acaba desde luego aquí. Desgraciadamente somos capaces de desviar la totalidad de la culpa hacia quien se dejó el coche abierto; sin embargo, más desgraciado para una sociedad es que a nadie se le ocurra pensar que existe otro u otros culpables para que algo así acontezca. Siempre encontraremos mil excusas para detener la cadena de culpables antes de que pueda salpicar más de lo debido, más de lo que conviene, más de lo que interesa y, sobre todo, si los culpables últimos de que algunas cosas ocurran somos un colectivo. ¿Es que no es posible que ese individuo que ha robado hubiese recibido una educación en valores tal que hubiera impedido que ni siquiera se le pasara por la cabeza cometer el robo? No estoy tan majareta como usted piensa. Esto es posible. Visito un país europeo cada año desde hace algunos y su índice de delincuencia es prácticamente nulo y el de la confianza de los ciudadanos entre ellos mismos, como es obvio, está por las nubes. Vuelvo a la teoría.

Aquí en el Mediterráneo tenemos muy claro que lo importante es buscar un culpable y, si es posible, individual. No nos gusta la responsabilidad colectiva. No hay carnaza que echar a las fieras. En las base de todo esto se encuentra la falsa creencia de que la responsabilidad solo se encuentra en los hechos y, como mucho, en las circunstancias. Y muchísimo mejor si de tales hechos y circunstancias podemos encontrar un solo culpable porque así la decapitación nos produce mucho más placer que si se diluyera en un colectivo. Educar en valores positivos y beneficiosos para la ciudadanía siempre es un asunto de corresponsabilidad, se trata de un compromiso social que cuando brilla por su ausencia con la misma ausencia brillan todos los que deberíamos sentir la culpabilidad.

* Profesor de Filosofía

@AntonioJMialdea