Mucha razón tuvo ayer en su enfado y regañina a los diputados la presidenta del Congreso, Ana Pastor, y muy emotiva fue su defensa de la dignidad de la institución y de una vida parlamentaria que no se apoye en el insulto y en la ofensa. Hasta ahí, de acuerdo. Pero la decisión que tomó de eliminar de las actas las palabras «golpista» y «fascista» que se habían cruzado los diputados de Cs y PP y los de ERC no la compartimos. No es motivo de orgullo que los padres de la patria empleen ese lenguaje fuera de tono, pero tampoco hay que hurtar a los futuros historiadores la realidad de lo que se dice en las Cortes. Aunque bueno, que lo busquen en los periódicos.