A pesar de la larga lista de defectos que poseo como docente: despistado, desordenado, escasamente programático, altamente parcial en muchas de mis apreciaciones y afirmaciones... Y podría seguir, no ha habido un solo año, de todos los que llevo de docencia, en el que mis aulas de Filosofía de segundo de Bachillerato no se hayan convertido en aulas de pensamiento crítico, de diálogo, de opinión argumentada, a veces algo exaltada, y otras más tranquila, incluso de una cierta quietud intelectual (que tampoco es negativa en ocasiones), de puntos de encuentro, de otros de desencuentro, de discusiones acaloradas de jóvenes que, a punto de entrar en su mayoría de edad, quieren ser escuchados, al menos en ese espacio y fuera de lo que viene siendo, en el caso del currículo educativo español, la dinámica habitual de un docente que ingresa a cada hora en punto para ser escuchado él y no el alumno o la alumna. No suele ser lo habitual aunque no discuto ahora que no haya excepciones. Por regla general, entra el docente, «pega la chapa» como dicen los jóvenes estudiantes, manda ejercicios, propone una fecha examen, ejecuta implacable, el alumno «vomita» los contenidos que se le han exigido aprender y si te he visto no me acuerdo. Algunos docentes, incluso, parecen disfrutar por tener un considerable número de estudiantes que no alcanzan los objetivos que, según ellos o ellas, debieran alcanzar. Los he visto jactarse. Lo que no he visto es a ninguno de ellos y ellas plantearse la utilidad real de sus trasnochadas asignaturas decimonónicas que, si bien sirvieron durante unos años para que los patriarcales patronos tuvieran trabajadores sumisos capaces de memorizar instrucciones e incapaces de rebelarse ante cualquier injusticia laboral, ahora no sirven para casi nada o, si queréis, para que otro grupo de docentes (algunos de los cuales se consideran a sí mismos incluso de una categoría más elevada) cobren un buen extra económico (que no digo que no sea merecido, que ya veo las garras...) por decidir qué alumno o alumna puede entrar en Medicina, cuál en Historia del Arte, cuál en Traducción o cuál en Ingeniería Informática. Ni siquiera sirven para que mejoremos la posición en el informe PISA. Eso sí, rompemos muchos sueños de nuestros jóvenes estudiantes.

Hace ya mucho tiempo que la Filosofía en Bachillerato no funciona así, y menos en el último curso. Muchos centros educativos andaluces y de otras creo que ocho comunidades autonómicas han podido mantenerla, a pesar de su supresión en tiempos de Rajoy, precisamente porque siguen creyendo que ese espacio de pensamiento crítico no puede faltar en un momento en el que nuestros estudiantes necesitan más que nunca aprender a dialogar, aprender a escuchar, aprender a tomar sus propias decisiones porque se aproxima el tiempo en que tienen que tomarlas por sí mismos. Y ahora se cumple un año de vacío desde que el partido que pretende gobernar nuestro Estado, propuso al Congreso la vuelta de esta herramienta educativa que es la Filosofía en segundo de Bachillerato como elemento troncal del currículo educativo. Solicito que de una vez por todas se solucione este asunto que, sin duda, tendrá mucho que ver con la puesta en marcha de una estabilidad gubernamental que ya provoca burla en muchas de nuestra democracias actuales. Si nuestros políticos han decidido abstenerse de pensar y de tomar decisiones que no sean las de subirse constantemente el salario y las dietas, al menos dejen a nuestros jóvenes que piensen, no les quiten el único espacio en el que tienen la posibilidad de imaginar la utopía de futuro que ellos desean para su país y para que su esperanza no tenga que pasar irremediablemente por terminar sus años académicos sabiendo que tendrán que marchar a otros países porque aquí no hemos sido capaces de dar cobijo a sus sueños.

* Profesor de Filosofía

@AntonioJMialdea