Desde que tengo uso de razón me recuerdo definiéndome como feminista. Primero de niña, luego de joven y ahora desde mi perspectiva de mujer, a mis 39 años. A veces he pensado que todo se debe a mis vivencias. Al fin y al cabo, ser hija de una mujer feminista que ha luchado por los derechos de las mujeres, tuvo que dejar huella en mí. Asistir a encuentros de mujeres, ver la energía de las manifestaciones del 8M, conocer el trabajo de las asociaciones de mujeres en Córdoba, fueron algunos de los regalos que me ayudaron a entender las reivindicaciones y empatizar con el movimiento feminista. No recuerdo bien qué entendía en aquel momento por feminismo, o cómo lo hubiera definido. Sin embargo, es algo sobre lo que vengo reflexionando últimamente mientras participo en grupos de mujeres feministas de varias generaciones. Todo surgió preparándome una de mis últimas formaciones en institutos, en las que realizaba una dinámica para definir colectivamente con el alumnado qué era el feminismo, machismo, etc. La RAE define el feminismo como «principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre» o «Movimiento que lucha por la realización efectiva en todos los órdenes del feminismo». Mientras interactuaba en cada taller con la juventud, empecé a darme cuenta, que para mí ser feminista era parte de algo todavía más grande. La definición se me quedaba pequeña, o quizás me sobraban palabras.

Y es que mi definición de feminismo tiene una sola palabra: IGUALDAD, así en mayúsculas. Eso sí, una igualdad aderezada de otras palabras: coherencia, generosidad, libertad, justicia y hermandad. Es igualdad en mayúsculas porque para mí el feminismo es la lucha por la igualdad de todas las personas. Por ello, está aderezada de coherencia, porque si soy una persona en búsqueda de mi igualdad, es lógico que también abrace la lucha de otros colectivos. De ahí, nace también la generosidad que la acompaña: si en algún momento hay que ceder algo de mi espacio para que otras personas en desigualdad la consigan, creo que ahí es dónde el feminismo puede hacer la diferencia, y no convertirse en lo que buscamos cambiar. Por supuesto, la libertad es su compañera también, porque para mí abandera la posibilidad de que cada persona sea como quiera ser, sin condicionamientos sociales. La justicia me recuerda a mi propia vivencia y la de muchas, momentos en los que se esperaban de mí ciertas cosas por ser niña, o mujer que eran injustas y no me permitían ser quien quería ser. Por eso, la justicia, el sentirnos tratadas de forma igualitaria, es también una digna acompañante. Y por último, pero no menos importante, me queda la hermandad. Y no me equivoco en la palabra, podía haber escogido sororidad, pero la clave es que para mí el feminismo es la unión de toda la sociedad, hombres y mujeres, el trabajo colectivo y la solidaridad de todos y todas para conseguir la Igualdad. Una igualdad que nos hará libres a todos para ser quienes queramos ser.

Pero ¿de dónde viene mí definición de feminismo? ¿La habré heredado de la anterior generación o es propia? Llamé a mi madre y le pregunté ¿qué es para ti el feminismo? Sentía que su definición, me ayudaría a responder mi pregunta. Ella me respondió. «Para mí ser feminista es la esencia, es una filosofía de vida. Es estar comprometida con un cambio social que además tiene que ser compartido con otros y otras, es un proceso colectivo. Enamorarte de una causa, con un sentido de justicia, utilidad y progreso para la sociedad». Para mí fue precioso, ver la cantidad de similitudes entre su definición y la mía. Ver, que a pesar de las distintas vivencias, el fondo y la base son las mismas.

Y el futuro ¿influye en mi definición mi trabajo con los jóvenes y su percepción? Para responderme, hablé con mis primas, de 14 y 15 años. Misma pregunta formulada. Su definición fue casi académica «igualdad entre el hombre y la mujer». Sonreí al escucharlo, lo tenían súper claro. Y no solo ellas, casi toda la adolescencia que encuentro en mis talleres, incluso los que reniegan de ella. Les pregunté también qué importancia le dan al feminismo y qué retos ven en su día a día. «Hacía muchísima falta y sigue haciendo falta. Vemos comentarios supuestamente inofensivos, pero que en realidad no lo son tanto: pedir a un chico para mover una mesa en vez de una persona fuerte, suponer que no somos buenas para algún deporte, o que nos gustan los videojuegos de Barbie». Los micromachismos siguen ahí, instalados, arraigados en su generación, y cambiarlos será su batalla. Al fin y al cabo, el futuro es de la juventud de ahora. Y si, mi definición también tiene algo de la juventud. Un último ingrediente que no puse antes: la confianza de que el camino hacia una sociedad más igualitaria y mejor es imparable. Mientras creamos en ello, lo crearemos.

* Coach especializada en empoderamiento femenino y juvenil