La España vaciada ha dejado el lirismo para sus soledades, porque la realidad prosaica de vivir ha ocupado sus plazas con su piel de abandono. Estamos ante el regreso del disputado voto del señor Cayo, con Miguel Delibes liderando las tropas visionarias de una rebelión sobre el manso silencio. Hoy domingo se reúnen en Madrid varias plataformas convocantes con el lema «Revuelta de la España Vaciada», definiéndose como un movimiento ciudadano surgido de «la omisión o inacción de los gobiernos nacional o autonómicos en la defensa de los derechos reconocidos constitucionalmente como son la igualdad, la vertebración, la cohesión o el equilibrio territorial de este país, y que en muchos casos ha provocado la despoblación de sus territorios y ausencia de servicios básicos y oportunidades». Frente al banderío que nos aturde, los organizadores recalcan que se manifestarán gentes de la más variada ideología «para hacer ver a nuestros representantes políticos la existencia de un problema grave que deben resolver de forma urgente». Piden que no haya banderas de partidos ni de sindicatos, porque aquí el único símbolo son las plazas desiertas con el eco de voces sobre un manto de piedra. Esto es El Jarama de Sánchez Ferlosio sin un río de sombra vespertina, esto son los rostros y los restos de las conversaciones en un escenario abandonado por la pobreza y por la emigración, pero también por la ausencia de verdaderas políticas que puedan vertebrar la convivencia en matices y escalas. El lema de la manifestación se inspira en La España vacía, el título y hallazgo de Sergio del Molino que ha puesto de moda el desarraigo, pero reclamando, por parte de sus auténticos protagonistas, una autoría propia para esas geografías invisibles y una reclamación del cambio imprescindible, porque España se sigue atomizando en capitalinos hormigueros en los que ya no queda sitio para nadie, mientras miles de pueblos continúan congelados en el tiempo en que tuvieron vida.

Respecto a los partidos políticos, «hasta ahora lo que han hecho es provocar la desigualdad y el desequilibrio en un 70% del país», afirman en el comunicado. Por eso piden un «Pacto de Estado dotado con financiación para revertir las desigualdades, desvertebración, desequilibrios, y la despoblación». Además de la famosa «Teruel Existe» son 88 las plataformas participantes en la manifestación, con 22 provincias españolas mortalmente afectadas. Se esperan más de 100.000 manifestantes porque frente a la literatura que se está escribiendo aquí hay un drama de vida con poco convencimiento, entre todas las casas fantasmales y humildes en las que un día alguien se dejó el periódico abierto sobre la mesa, con el café a medias, y se marchó a otra vida sin regreso posible.

La literatura, en su parte modesta, lidera ese regreso. Además del tirón de La España vacía de Sergio del Molino, en Córdoba María Sánchez ha publicado un hermoso libro de poemas, Cuaderno de campo, y Tierra de mujeres, sobre un intimismo femenino y rural. Pero antes, mucho antes, Alejandro López Andrada emprendió en solitario, con la compañía hermana de Julio Llamazares, una auténtica cruzada personal de esperanza y poesía para convertir el mundo rural, en su erosión continua de vidas invisibles, en una escritura de tejidos y lumbre. En sus libros de poesía, en sus novelas, López Andrada ha reivindicado una forma de vida masacrada por los cambios de ritmos de los tiempos, sí, pero también por las políticas de integración europeas que han ido vaciando de sentido nuestro mundo rural. Acaba de publicar Los árboles que huyeron, el primer volumen de memorias de un autor que ha hecho de la poesía de la naturaleza una identidad ética que trasciende los límites de su Valle de Los Pedroches natal, convertido en región de la memoria que él escribe y vive, que nos hace habitar. El horizonte hundido, su poesía seleccionada por Antonio Colinas, es una maravilla. Aquí hay un poeta que ha escrito la vida ajena y propia, que ha forjado una voz a la altura de nuestras circunstancias. Esta desertización laboral, vital y humana del entorno rural se explicará en el futuro en su trilogía de la memoria integrada por El viento derruido, Los años de la niebla y El óxido del cielo, un extraordinario testimonio humanista felizmente recuperado por la editorial Almuzara. Este domingo, los artículos y los poemas de Alejandro van a convertirse en una realidad contestataria, entre zarzas y asfalto, de la necesidad de poder recuperar un mundo que existió.

* Escritor