Constato cada día que la amplitud semántica de los términos «derecha--izquierda» da pie para utilizarlos con una intencionalidad «perversa» que no se corresponde con su auténtico sentido democrático. En auténtica democracia, los términos «izquierda-derecha» no son más que etiquetas verbales para señalizar rutas, actitudes, comportamientos y proyectos complementarios, con posibilidades de realización alternativa según lo decidan con sus votos los ciudadanos. Pero aunque en sí solo sean vocablos referenciales de mínimo contenido conceptual, vienen cargados subjetivamente de expresividad lingüística, de connotaciones personales tan complejas y variadas que difícilmente llegan a ser trasmisibles en la simple literalidad inmediata y expresiva de la palabra. La herencia, el grupo familiar, la confesionalidad religiosa, la clase social, la ideología cultural, las experiencias singulares de cada persona, etc. constituyen la historia individual que carga de contenidos significativos a esas palabras, que en sí mismas solo encierran un mínimo de significación, pero que pueden llegar a convertirse en foco de intolerancias, y a ser utilizadas como insulto, descalificación y arma arrojadiza en los debates con una visión maniquea de película de buenos y malos, y disfrazando --con demasiada frecuencia-- actitudes y comportamientos que deforman y desenfocan su auténtico significado, y desennoblecen el significado de Democracia, cuyo primer signo de identidad es el valor y la actitud de la tolerancia.

Siempre me acuerdo del pensamiento testimonial del escritor W. Faulkner en el que asevera que el auténtico espíritu democrático consiste en que lleguemos a sentirnos avergonzados cuando intentamos imponer nuestras propias ideas a alguien, aunque creamos tener la razón. Es en el fondo un testimonio de fehaciente tolerancia y de confianza en el ser humano, en sus insospechados recursos constructivos y regenerativos; un testimonio de indesmayable respeto a sus valores, por más que este ser humano se encuentre situado a mi «derecha» o a mi «izquierda»...

Situarse en la «izquierda», en una primera acepción ideológico-política, tipifica una opción a favor del progreso, de la renovación, del dinamismo hacia adelante, de la insatisfacción y la crítica frente a lo inerte, a lo establecido y a lo inmovilista. En contraste, situarse en la «derecha» pone el acento semántico en la intención de conservar, retener y valorar lo tradicionalmente recibido, y en regular el paso progresivo que, si se acelera demasiado, corre el riesgo de abandonar, desparramar, olvidar, desperdiciar lo tan trabajosamente logrado y organizado en etapas anteriores. Es por lo que se puede deducir que «conservación» y «progreso» (denominarse conservador o progresista), optar por la estabilidad o por el cambio, no implica sostener conceptos ni posturas necesariamente antagónicas, sino complementarias e imprescindibles para generar el equilibrio social y político entre los valores logrados, integrados y organizados, y la posibilidad de seguir progresando hacia la conquista ilusionante de nuevas realizaciones y proyectos esperanzadores. Pero, degraciadamente, por lo que se expresa y testimonia desde los diversos partidos políticos de nuestra actual Democracia, tiene uno la impresión de que no son de derecha ni de izquierda, ni conservadores ni progresisitas, que solo son de donde les reclaman sus propios intereses, los personales o los de su partido.

Si queremos una Democracia pluralista, auténtica y eficiente, no podemos concebir nunca a la «oposición política alternativa», sea de la «derecha» o de la «izquierda», como «la línea enemiga», sino justamente como línea de contraste y de confrontación para fundamentar y mantener ese equilibrio de fuerzas, de aspiraciones y de valores que posibiliten construir, entre todos, una convivencia en paz, en justicia, en bienestar y en progreso.

Las únicas actitudes enemigas, las que se incompatibilizan con la auténticidad de la democracia, son las que reflejan, desde quienes se sientan alternativamente en los bancos azules o en bancos los rojos del Parlamento, la «corruptibilidad», el «dogmatismo autoritario», la «intolerancia» y el «fanatismo» (sea fanatismo de las ideas o de los partidos). Este es el inequívoco carácter y posisionamiento reaccionario, bloqueador de los caminos del progreso y de la estabilidad en el bienestar logrado y por lograr; el carácter perverso y la verdadera identidad «al descubierto» de quienes, autoproclamándose de derecha o de izquierda, interceptan el desarrollo de la libertad, la alegría, la justicia y la paz en nuestra convivencia.

* De la Real Academia de Córdoba