Era ya para mí la Argentina, antes del mazazo del 24 de marzo de 1976, el amor que aún no se conoce, un caminar a tientas e inseguro en busca del secreto de lo que imaginas más que de lo que te aguarda. Eran las suyas unas coordenadas de longitud oeste y latitud sur urbanas de colectivos, de avenidas parisinas, de cuentos de Borges y Cortázar con mansiones inglesas y misterios matemáticos. Uno va conformando su universo mitológico al igual que su educación sentimental, a impulsos regidos por el instinto cuando la elección del camino nunca es fácil y a veces éste se bifurca como el de los jardines y los laberintos. Antes del mazazo de 1976 caminaba yo por los senderos que se bifurcan, por las invenciones de Morel, por las dualidades de Bustos Domecq, por los misterios geométricos y cósmicos de Uqbar, Tlön y el Orbis Tertius. Uno conformaba sus tanteos cosmogónicos a sorbos de las páginas conocidas y a desorbos de las que habría de conocer. En otoño de 1977 conocí a mis primeras argentinas de carne y hueso, fue por el Alcázar, por la Puerta del Puente, cuando la melodía del acento me atrajo como el sonido del tumarit a la cobra macho que sale bailando de la cesta. Venían con la plata dulce. Las recuerdo rubias, el cabello suelto, como en la canción de Pablo Milanés, y, como en la canción, daban luz al ojo moro que supongo que sería el mío, dieciocho octubres entonces. La charla nació fluida, éramos tan jóvenes. En la pared del seminario una pintada reclamaba la autonomía, cosa que hube de explicar sin saber qué era, y luego las palabras se embarraron en el proceso, en Videla, en el golpe. Entendí sin preguntar que eran afines a dar una lección a cualquiera ajeno a los intereses de las estancias pampeanas y de los patricios de la patria financiera. Dijeron que allá los cordobeses eran revoltosos, (Córdoba La Docta la llaman) con su universidad tan antigua, cultores de la crítica y el pensamiento, supongo. Un año después nos visitó en el Colegio Mayor la poeta Florinda Mintz y entonces aparecieron Pizarnick, Walsh, muchos. Pero los mitos también putean acribillados a balazos, en el subsuelo del terror de las dictaduras.

* Escritor

@ADiazVillasenor