Espejo, espejito «¿Hay alguien más guapa que yo?».

¡Ay! ¡Qué mala es la envidia, qué mala es esa tristeza o pesar por el bien ajeno!

Hay quienes ya desde muy pequeñitos manifiestan este mal, porque sin entrar en si es o no pecado, desde luego es la mayor de las desgracias que una persona puede tener, ya que siempre habrá alguien más guapa que tú, alguien más listo que tú y alguien que tenga más que tú y eso no es lo peor, sino el hecho de que ser envidioso, te impide disfrutar de lo que sí tienes.

Les voy a contar una historia real que pude observar hace bastantes años...

Un matrimonio se encontraba con sus dos hijos, María de siete años y Pablo de cinco, en un restaurante italiano. La niña se pidió su pizza preferida, esa que le encantaba y no dejaba ni los filos. Para el niño, pidieron un plato de pasta. La pizza fue servida en primer lugar. María comenzó a comérsela a pesar de que se estaba quemando la lengua. Cuando estaba a punto de terminarse la primera cuña, llegó el camarero con el plato de pasta de su hermano, que llevaba por encima un montón de queso rallado. Justo en el momento en que María observó el plato de Pablo, dijo que ella quería lo mismo, mientras apartaba su pizza de malos modos. Su hermano, le ofreció que comiera un poco de su plato, pero eso no era suficiente para ella. María pretendía que su hermano se comiera su pizza y ella comerse el plato de su hermano, y así lo reclamaba a gritos y entre lágrimas, mientras miraba con odio a Pablo. El resultado fue que se quedó sin comer y provocó un buen disgusto a sus padres con el escándalo que estaba dando en el restaurante.

¿Cosas de niños? Para nada, porque pasa igual o peor en los adultos. No sabemos lo que queremos hasta que lo tiene el vecino o precisamente porque este lo tiene.

Estábamos contentísimos con nuestro utilitario, pero resulta que el cuñado se ha comprado un coche eléctrico. ¿Qué es lo primero que hacemos? Por supuesto, vamos a decirle al cuñado todas las desventajas y problemas que le va a dar ese coche y a continuación vamos a pedir un préstamo, que no sabemos cómo lo vamos a pagar, para comprarnos uno igual o mejor, porque yo me lo merezco mucho más que él y soy el mejor. «Espejo, espejito, ¿quién tiene el mejor coche de toda la familia?». No queda ahí la cosa, el envidioso llega al éxtasis si su cuñado tiene un accidente con el coche, que es declarado siniestro total y que le ocasiona politraumatismos graves. Inmediatamente irá a visitarlo al hospital, para contarle que se ha comprado un coche mejor que el suyo y por supuesto, para decirle a su cuñado, que ya se lo advirtió, él que lo sabe todo, el único merecedor de ser envidiado. Lo más curioso de todo, es que el cuñado estaba contentísimo sin coche, tenía una pequeña escúter que lo llevaba a todos lados, apenas gastaba combustible y la podía aparcar en cualquier sitio. No necesitaba nada más para sus desplazamientos, pero su mujer, María, empezó a darle la tabarra en cuanto se enteró que su hermano Pablo se había comprado un utilitario y no paró de hacerlo hasta que fueron al concesionario y el vendedor les convenció de que iban a ser la envidia de todos los familiares y el vecindario si se compraban un coche eléctrico. «¡Ese, ese!, ¡ese es el que queremos!» --dijo María. El pobre hombre no quiso contradecir a su mujer, pero por culpa de la envidia de ella por su hermano Pablo, medio cuerpo tenía escayolado.

Nada más frustrante que la envidia, ya que el envidioso, lo que más desea es ser envidiado, lo cual crea la paradoja de desear ser amado y admirado por lo que tiene y al mismo tiempo desear ser odiado por lo mismo.

«Espejo, espejito, ¿hay alguien más envidioso que yo?».

No, Narciso, en eso nadie puede superarte.

* Escritora y consultora de inteligencia emocional