Hace cuarenta años el mundo asistía, sin saberlo, a otra Conferencia de Yalta: Steven Spielberg y George Lucas se repartían el entretenimiento, y su larga y fructífera sombra se sigue extendiendo en este adentrado siglo. Su línea de Tordesillas era el espacio exterior. Es cierto que Lucas dirigió una fantasía pseudomedieval -Willow-, y que Spielberg se agenció al extraterrestre más entrañable -Teléfono, Mi Casa-, pero ese pacto en grandísima medida se respetó. Lucas se inmortalizó en una galaxia muy lejana, y Spielberg se hizo grande en una película sobre el holocausto. Pero su cruce de caminos se situó en 1977, con los estrenos de La Guerra de las Galaxias y los Encuentros en la Tercera Fase.

A Spielberg le cuesta mucho ejercer de malote. Por eso, su encuentro con los alienígenas tiene un final feliz. Nada que ver con el terror espacial de Ridley Scott o el agudísimo sarcasmo de Tim Burton con sus marcianos. Y es que, como es difícil batear un argumentario novedoso para desencallar la cuestión catalana, apelo a las metáforas siderales. En buena medida, me apunto a la vía de Tim Burton, porque el esperpento se quita mejor con otra mancha de mora. Aquí se ha amamantado a un sector de la izquierda que ha pasado del rojo al morado; y del morado nuevamente al rojo -o mejor aún, al sonrojo- por pasarse por el forro de sus incongruencias el principio de solidaridad y favorecer un secesionismo pijo que fomentan -hete ahí- los denostadísimos burgueses. Pero tampoco queda atrás una derecha sesteante, que dio de comer al monstruito hablando catalán en la intimidad, rumiando en exceso las maneras de parar la sinrazón.

Pedro Sánchez ha podido convertirse en Richard Dreyfuss, intentando contactar por un teclado con la grey independentista. Pero el partido socialista ha sabido estar en esta hora grave, entendiendo que lo primero es preservar el Estado de Derecho y no hacerle ascos a un vocablo denominado España. Ni qué decir de Ciudadanos, los que han podido constatar la imposibilidad de diálogo con ese sector ultramontano de los independentistas, en los que militan tuiteras que llaman perra asquerosa a Inés Arrimadas y hacen rogativas porque sufra una violación múltiple. Es la versión Tim Burton, la que espera en el monte Ararat la llegada de naves espaciales pintadas con esteladas, flores en el pelo que salen chamuscadas, la primera de ellas -o la última- la alcaldesa de Barcelona, que se ha transformado en la diosa de la ambigüedad.

Los zulos de los extremistas catalanes no escondían pistolas, sino políticas educativas destinadas a odiar a España, a edificar Arcadias con el victimismo. A corto plazo es difícil revertir ese iluminismo, trufado de un desprecio al contrario y ungido en un aire de superioridad. Ahora no queda otra que rigor, determinación y aplomo, pues las plegarias de estos sediciosos buscan inaugurar el casillero del victimario, aclarando que el mártir de la causa siempre sea el prójimo.

Todo está tan caliente que en estos momentos resulta estéril invocar la ingratitud de los afectos. Queda afilar el temple frente a la provocación, que luego se precisará coraje y grandeza política para zurcir el desafecto. Spielberg probó notas tubulares para acercarse al otro. Nosotros contamos con la ventaja de más de cinco siglos afinando ese falaz desentendimiento.

* Abogado