Dicen que tengo un hijo con 40 años; así que, de golpe y porrazo, me he dado un buen ídem, porque he sentido que miro ya a poniente. El levante generacional es de mi sublime hijo. ¡Estoy tan seguro en él! Que se encargue de España, porque yo ya empiezo a hacer la maleta para el último viaje. Me dirán que no me precipite, que ahora, con casi 70 años, aún soy joven. ¡La triste mentira de la eterna juventud! Pero es que yo quiero preparar bien ese viaje; que no se me olvide nada aquí y lo eche en falta en la eternidad. ¿Se imaginan toda una eternidad sin cepillo de dientes? Bueno, a lo que iba: que mi hijo manda ahora, y yo lo sigo. Me ha dicho que se alegra de que cada vez asista menos gente al museo taurino, para que así acaben por cerrarlo. Y yo, que lo último que deseo es contravenir a mi hijo, me he negado a visitar cualquier museo y cualquier cuadro o escultura referidos a lo taurino. Entonces, fuera Goya, Picasso y quien se presente. También he entrado en mi biblioteca, que ya es de mi hijo, y hemos troceado los poemarios de Lorca, Alberti, Miguel Hernández y todo lo que le huela a rancio. Y como mi hijo me ha dicho que es no sé qué de agnóstico, pues yo, agnóstico, y fuera visitar catedrales, oír música sacra y leer textos que sepan a iglesia. Para mí este hijo mío es el apoyo en mi demencia; estoy muy orgulloso de él, porque es el resultado de toda mi vida de dedicación a que madure. Yo me eduqué en la escuela franquista; él, un preclaro representante de la escuela democrática, o sea, de la Logse. Yo fui un pobre maestro de escuela venido a menos, es decir, a escribidor. Él se formó en la Universidad de la democracia y hasta es doctor. Él, joven, republicano, ateo, feminista, ecologista, pacifista y todo lo más listo y revolucionario. Yo hace mucho tiempo que desistí de saber quién soy, porque me miro en los espejos y no veo a nadie que valga la pena para alguien. Así que este hijo mío es mi guía y mentor. Ahora descanso en paz para la paz definitiva; ya no me esfuerzo en preocuparme de seguir mi cultura; le pregunto y él me marca lo que tengo que pensar y hasta olvidar. Yo ya solo hablo para decirle: «Está bien, hijo mío; tú eres el doctor». Y me quedo tan a gusto en mi abandono.

* Escritor