La primera evidencia del coronavirus procedía de la ciudad china de Wuhan. Impresionaban las imágenes de cientos de palas mecánicas allanando el terreno donde se iba a construir en cuestión de días un hospital para acoger a los infestados por el virus. La lejanía obnubiló las mentes de los políticos y a los ciudadanos no se nos advirtió de lo verdaderamente impresionante: la epidemia podía convertirse en una pandemia. Había que achacar la culpabilidad, pero descafeínada, a China. Vi en una tele pública alemana un reportaje realizado en el mercadillo de Wuhan. Se vendían vivas toda clase de especies exóticas que los comerciantes compraban en granjas sin el más mínimo control sanitario. ¿Fue un murciélago o un pangolín el origen de la epidemia? De este animal se ofrecieron imágenes en su hábitat. Alimentarse con la carne de pangolín forma parte de costumbres ancestrales. El covid-19 es el más reciente de la larga serie de microbios que vienen saltando del mundo animal al cuerpo humano. No es un fenómeno nuevo. Dos ejemplos: la tos ferina procede de los cerdos y la rabia, de los perros. En un mercado de Hong Kong surgió en 1997 el brote de gripe aviar que se extendió por Europa y por todo el mundo. En las granjas industriales con gallinas amontonadas los microbios proliferan y acabarían saltando al ser humano si no fuera por los antibióticos. Para muchos, el azar o el destino son los culpables de la pandemia. Pero son los oídos sordos de los gobernantes quienes no han hecho caso a las advertencias de los científicos.

* Periodista