Son muy diversas las personas que, a lo largo de mi vida, me han preguntado por mi enorme pasión por Córdoba; a la que yo llamo «tierra de la poesía». No, con esto no busco ninguna incongruente contienda interprovincial entre paraísos verdiblancos. Cuando utilizo esa expresión, es porque porto su nombre y su esencia en lo más profundo de mi corazón. En ella he vivido, además, momentos muy intensos y pasionales. Asímismo, conocí hace años a una chica que logró cautivarme en mayúsculas. Aún recuerdo los primeros besos en el puente romano, intensificados en las calles Concepción y Eduardo Dato.

Pero no solo se trata del espíritu proveniente de las cenizas de amores pasados. Se trata de una inteligencia, una seriedad, un «amor» y un tacto abismal por conservar la historia y todos los frutos que emergen de ella. Se trata de la humildad, la disposición y la cercanía social a cada paso que das a través de sus más que bellas calles, desde la más estrecha a la más ancha, si bien las que más adoro son las más estrechas.

Se trata de inmensa luz que aflora en la clara oscuridad que gobierna cada noche y que refleja la monumental magia que habita a lo largo de todo su cuerpo (recorrido), que no solo su corazón. Se trata de la sapiencia que ha tenido su increíble pueblo por promocionar todos y cada uno de sus productos autóctonos; desde el salmorejo y el flamenquín, al vino, pasando por sus exquisitos y sagrados embutidos, así como un largo etcétera que atesora tras cada escaparate.

Y se trata, por supuesto, de todo su «arte»; incluyendo hasta el urbano. Pasear por cada ventrículo y arteria de Córdoba es respirar aire puro; sentir que el estrés acumulado desaparece por arte de magia (de su magia); presenciar la mayor belleza humana existente; transportarse a otra época sin necesidad de máquinas del tiempo; conocer y reconocer toda la cultura que habita tras cada muro y pared, tras cada adoquín, tras cada paso.

Estar en Córdoba es sentir que la fotografía de Charles Clifford permanece más viva que nunca... Estar en Córdoba es respirar versos cargados de vida... Es sentir su vitalidad y alegría, aderezadas por el brillo y la luminosidad de su sol... símbolo del poderío andaluz, sin estampas ni patrañas... Es una fantástica realidad... Un sueño convertido en poesía...

Mi inmensa admiración y devoción desde Almería.