Quienes nacimos antes de la segunda mitad del siglo pasado aprendimos en el Catecismo que las virtudes cardinales son cuatro: prudencia, justicia, fortaleza y templanza. Después, descubrí que estos conceptos constituyen los principios fundamentales del comportamiento humano (personal, cívico, político...) que estudia y sistematiza la Psicología. Desde la Psicología podemos afirmar que prudencia, justicia, fortaleza y templanza son las cuatro ruedas, o los cuatro motores, que vehiculan la conducta adaptativa, y el comportamiento eficaz, justo y ajustado para la diversidad imprevisible de las circunstancias que cada situación comporta; son los cuatro factores de la madurez psicológica del Yo personal, los reguladores del equilibrio humano, los constructores y garantizadores de la eficiencia política y de la paz social; los facilitadores eficientes de una acción de progreso.

Pero tengo que destacar, como absolutamente indispensable para alcanzar estos objetivos del comportamiento --personal, social y político-- la necesidad de activar al mismo tiempo las cuatro ruedas o los cuatro motores. La prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza no pueden actuar por separado, no se justifican aisladamente, sino que para su efectividad y eficacia tienen que operar siempre en acción articulada y conjunta.

La oportunidad de apelar a estos principios elementales nos la ofrece el deplorable y terrible escenario que contemplamos estos días en los telediarios, de lo que está ocurriendo dentro del mismo tejido de nuestra piel de toro, en España, en algunas calles y ciudades de la comunidad de Cataluña. Los ciudadanos de a pie volvemos atónitos nuestra mirada a los responsables y ejecutores políticos de nuestra nación y nos preguntamos: ¿están actuando de verdad, eficaz y adecuadamente, para detener este tsunami creciente que amenaza con arrasar, desgajar y destruir nuestra nación, el lugar del planeta donde nacimos y nacieron nuestros padres, o en el que decidimos arraigar nuestra vida y engendrar a nuestros hijos?; ¿qué están haciendo nuestros políticos --en el poder o en la oposición-- para garantizar una solución verdadera?; ¿están viendo la magnitud amenazante del problema, o están pensando cómo aprovecharlo para mantenerse en su parcela (aseada o corrupta) de poder y de ventajas sociales y económicas? Hoy me ha llegado una sentencia de Maquiavelo que es para hacer pensar y para temblar: «Quien tolera el desorden para evitar la guerra, tiene primero el desorden y después la guerra». ¿Qué decisiones toman, ante la urgencia inapelable de esta fehaciente situación, los gobernantes regionales o nacionales en los que hemos depositado nuestra confianza?

Por lo que vamos viendo, los políticos y gobernantes que nos hablan de templanza tendrían que saber y tener siempre en cuenta que la templanza sin fortaleza no servirá nada más que como escondite de la pusilanimidad, el encogimiento, la timidez y la cobardía; y que la templanza sin justicia conduce a la arbitrariedad y a la más vulgar zorrería. Para la templanza sin prudencia no encuentro otra definición que la de no saber estar, el egocentrismo soberano, el encegamiento político o la de la estupidez.

Frente a esta actitud, hemos podido ver y comprobar que otros políticos proclaman con ardor que ha llegado el momento de aplicar con urgencia inapelable la fortaleza y la justicia..., y pueden hacernos temer que la fortaleza, aplicada sin templanza devenga en violencia brutal; o que la fortaleza sin prudencia se quede en osadía o temeridad carente de resultados eficaces, o con resultados provocadores de mayores problemas; y que sin justicia, la fortaleza lleve al avasallamiento y abuso de fuerza. La fortaleza, a la que todos aspiramos y de la que tanto necesitamos en este imprevisible mundo y en estas concretas circunstancias políticas, no será válida si no está regulada por la templanza, distribuida con prudencia y aplicada con justicia.

Esto puede parecer un galimatías, una elucubración embrollada, pero degustándola y digiriéndola despacio, nos descubre las claves para interpretar el propio comportamiento y el de los demás, para orientar la superación de los desaciertos en nuestras actuaciones y para clarificar nuestras perplejidades a la hora de decidir.

Y volviendo ahora nuestros ojos a este panorama político y social, que se nos presenta cada día como más alarmante y amenazador, tenemos la responsabilidad, cada persona individual, de preguntarnos y de clamar con voz firme y, tal vez, hasta con angustia: ¿Dónde está (si es que existe) el/la gobernante y el partido político con la fortaleza suficiente ante esta dificil, arrasadora y desbocada situación, para aplicar la justicia, con una actuación eficaz regulada por la templanza, y con la sensibilidad política indispensable para una intervención adecuada y terminante, clarificada y dirigida a través de una razonable prudencia?

* De la Real Academia de Córdoba