Cuando algo es calificado de clásico, lo catalogamos como tradicional. No obstante, la acepción popular más extendida lo identifica con algo perdurable, de ahí su aplicación a algunas manifestaciones artísticas, o a los modelos generados en la antigüedad por Grecia y Roma. Asimismo, es un lugar común usarlo cuando se recurre a una idea, una actividad o una celebración de manera recurrente; por ejemplo, decimos que ciertas películas son un clásico de la época navideña. El día de hoy, Nochebuena, es todo un clásico, pero solo en determinados aspectos, hace medio siglo nadie podía imaginar bares y calles repletos de gente a lo largo de esta tarde-noche, y tras la cena se salía para acudir a la misa del Gallo. Lo clásico de hace cincuenta años, y se suponía que eterno, ha dejado de serlo, un cambio social ha generado un nuevo clásico.

En la política también encontramos clásicos. Uno es la descalificación de los políticos de hoy al tiempo que se les compara con los de la Transición, sin entrar en análisis en profundidad, tampoco se plantea que no se trata tanto de un cambio de personas como del contexto en el cual se desarrolla la actividad pública, no es igual 1977 que 2019, y quizás quienes hoy asumen responsabilidades también se habrían comportado de manera adecuada hace más de cuarenta años, ante unas circunstancias muy diferentes a las de hoy. Otra afirmación a punto de ser un clásico en estos días es la manera de referirse a la Unión Europea, y en concreto a sus instancias judiciales, pues para aludir a ellas se utiliza el término genérico de Europa, como si esta fuera algo ajeno a España, como si nuestro país no formara parte de ese marco institucional. En cierto sentido es similar a como los independentistas catalanes hablan de España, o del Estado español, como si sus instituciones no formaran parte de él. De idéntico tenor es la idea del déficit democrático español, tan aireado por los independentistas, pero que era un clásico desde el momento en que aparecieron las críticas a la Transición democrática, en particular desde posiciones, en teoría, de izquierdas (sobre esta cuestión recomiendo un libro reciente de Gonzalo Passamar: La Transición española a la democracia ayer y hoy. Memoria cultural, historiografía y política). Y no digamos ya de las críticas a las negociaciones para formar gobierno porque son «un ataque permanente, directo o indirecto, a la Constitución, en alianza con el separatismo y sobre todo con el terrorismo». Esa cita podríamos ponerla en boca de Vox y de otros, desde Pablo Casado a Inés Arrimadas, desde Cayetana Álvarez de Toledo a Isabel Díaz Ayuso, o desde Juan Manuel Moreno a Juan Marín, sin embargo no pertenece a ninguno de ellos, son de un personaje tan poco de fiar como Pío Moa, y las escribió en 2008 para definir la política seguida por los gobiernos de Rodríguez Zapatero. Luego, las actitudes de la derecha, cada vez que en este país se intenta poner en marcha un gobierno de izquierdas, son un clásico en sus planteamientos (y descalificaciones).

A pesar de lo dicho, si ponemos en un buscador la palabra clásico, no encontraremos en primer lugar la definición de la palabra, sino el conjunto de noticias generadas por un partido de fútbol, el que la semana pasada enfrentó a Barcelona y Real Madrid. Como se dice ahora, el relato mediático ha impuesto esa realidad por encima de cualquier otra, y sin embargo para quienes ya tenemos una edad, un clásico de verdad es el partido jugado el domingo por la noche entre Real Madrid y Athletic de Bilbao. Este siempre será recordado por una delantera mítica: Iriondo, Venancio, Zarra, Panizo y Gainza, aquel por otra aún más gloriosa: Kopa, Rial, Di Stéfano, Puskas y Gento; con este último jugador no hacía falta ningún tsunami, él era la «galerna del Cantábrico».

* Historiador