Pablo Casado ha roto la baraja. Querían obligarlo a decantarse y él ha marcado el paso. Buscando acorralarlo entre el sí y la abstención, él ha elegido un no que remarca sus límites. Y esto no tiene que ver con pactos de gobierno que siguen vigentes y su futuro variable, sino con un perfil de realidad. Porque entre la oposición legítima al Gobierno y la asimilación con Abascal, Casado corría el riesgo de perderse a sí mismo. Con esta negación le ha dado la vuelta a una estrategia en la que la presa era él, porque la moción de censura no arrinconaba a Sánchez, sino a Pablo Casado. Ni siquiera iba contra el Partido Popular: eso era un torpedo lanzado desde junio a la línea de flotación del líder del PP, afeitado o con barba, porque los pectorales de Abascal no se improvisan. Pero la firmeza no es, o no lo es solo, levantar tu peso en press de banca ni hacer doscientas flexiones diarias, sino atreverse a ser aquello que se desea y mantenerlo. Esta moción de censura se había montado contra Casado y Casado se la ha devuelto con ondas a Abascal: están de acuerdo en lo más troncal, pero la comunicación, como escribió Muñoz Molina de la literatura, está hecha especialmente de matices. Los matices de Vox, o de Abascal, conducen a un reflejo permanente en Podemos: si alguien pensaba que llevar los excesos -no solo en las ideas, sino las maneras- de la extrema izquierda al escaño y la calle iba a quedar siempre sin respuesta, no conocía la inercia del territorio y sus ritmos tribales. Ante esta sed de barro no hay tanta diferencia entre unos y otros, aunque luego tengamos que recordar al independentismo y Bildu, que es el barro total. Pero entre los discursos de Sánchez y Abascal relativos al odio inamovible la distancia es un hilo, y no puedes imputar al otro aquello que fomentas. Casado ha parado la trampa de las circunstancias con un discurso extraordinario y ha pedido un cambio de baraja, recuperando el centro perdido y su amplitud de espacio.