Los cordobeses no tienen síndrome posvacacional, por mucho que Fuengirola imprima carácter. Aquí, a portagayola, como un miura saliendo deslumbrado por el sol a la plaza, nos recibe el puente de la festividad de la Fuensanta para lo bueno (dulcificando el retorno) como para lo también bueno: meternos a bocajarro y sin pensar en el curso laboral, festivo, religioso, social… ¡Hala! Una fiesta como la copatrona de Córdoba y Dios mandan para comenzar a torear el otoño sin pensar.

Un puente para lo festivo, con cierto aire de propina vacacional; para lo religioso, cada año dando más relevancia en torno a la copatrona de la ciudad y especialmente este 2019 con el 25 aniversario de su coronación canónica, y hasta en lo político, porque bastaron unas horas del pasado lunes en el Ayuntamiento para ya necesitar un descanso. Por cierto, más garra le auguro a este curso político en el Salón de Plenos de Capitulares que a la liga de fútbol, lo que tampoco es tan difícil viendo cómo han comenzado la Primera División y la Segunda B, con nuestro Córdoba Club de Fútbol.

De hecho, la propia organización de la Velá ya lleva su retranca política. Que si «esto lo organiza el Ayuntamiento, que para eso pongo el dinero»; que si «hazlo tú si tienes los colectivos que hay que tener para que trabajen voluntariamente»; que si «en ese cartel hay mucha Virgen o mucho caimán»; que si «a los vecinos solo se les puede pedir que sean buenos vecinos, no héroes que renuncien a sus vacaciones para organizar la fiesta», que si «esto no puede seguir así a menos que continúe»… Que conste que el entrecomillado es cosa mía, aunque sé quiénes dirían esas palabras sin cortarse lo más mínimo.

Resumiendo y volviendo al inicio: los cordobeses tenemos la suerte de, en todos los aspectos, no padecer síndrome posvacacional ni tonterías de esas porque nos quitamos a principios de septiembre los traumas con dos golpes de campanilla de yeso en la Fuensanta. Una forma de poner las cosas en su sitio y devolvernos a la realidad cotidiana, social, festiva y política con un dulce tintineo infantil. Coincidirán conmigo en que, bien mirado, no deja de ser todo un lujo.