Buscamos la compañía de esa persona o cosa, la práctica de aquella actividad que nos hace sentir bien. Cuanta mayor rareza en este sentido, mayor incomprensión o condena. Entre el apetito y la inercia queda mucho espacio para, primero, la circunstancia, seguida del «qué dirán» y la ley. Pero hay gente que obedece las indicaciones de su naturaleza, sin freno. La monja disfruta encerrándose y rezando, y es más libre que cualquier participante no convencido de botellón, que está allí porque «hay que». El asesino tampoco se corta. Hay quien mata por placer y a ese nadie lo va a parar ni, lógicamente, entender. Por ello resulta grandemente ridícula y vacía esa «indignación social», esa puesta en escena facilona, esa quema pública de ciertos criminales que nunca cambiarán. Una mínima perspectiva psicológica os muestra la inutilidad práctica de dar a conocer todo esto. Pero se busca audiencia, punto, y nada mejor que la irresistible sed de sangre de la chusma. «Depredador sexual». ¡Oh, qué sonoridad! Esto es sin duda lo que estabais esperando, la expresión llave, fashion, hiperconductora introductora de morbo duro y tieso en los fofos canales auditivos del espectador basura.

Mis queridos profesionales de la información. Con qué motivación os entregáis a la noticia sexocriminal. Se os ve brillantes con todo ese manido discurso al más duro estilo puritano americano de sexo (uy, qué asco ¿no?), prostitutas, asesinatos (así, todo revuelto), pornografía, etc. Siempre inyectando con la sangrienta jeringa del dramatismo para poner a debate y diseccionar en términos de vecindario, de tanatorio, la muerte de una exesquiadora, de un niño, de una carrera artística por ¡escándalo sexual!

Sí. Buscamos lo que nos hace sentir bien. Algunos matan, otros tocan, muchas disfrutan y mercadean «dando la noticia», y vuelven «en cuatro minutos solo», para que el resto goce a tope masticándola.

* Escritor