Se conmemoran los cincuenta años del mayo francés de 1968. Del momento en que se produjo el movimiento estudiantil en Francia apenas tengo recuerdos, porque desde un pueblo andaluz aquello parecía muy lejano, y a lo más que llega mi memoria es a unas imágenes en televisión en unos pocos minutos que le dedicaba el telediario de la única cadena de televisión que veíamos, al tiempo que mi padre elogiaba al presidente De Gaulle. Pero sobre todo porque dada mi edad, 14 años, mis preocupaciones entonces eran otras, aquel año terminaba el cuarto curso de bachillerato (finalizamos el 27 de mayo) y había que realizar una reválida que debías aprobar para poder pasar a quinto. En efecto, los exámenes fueron el 17 de junio, y luego vino un largo verano para ir a la piscina, jugar al fútbol y acudir a un campamento de la OJE en el mes de agosto donde el jefe de campamento, en la cartilla que llevábamos para hacer constar la actividad, me puso la siguiente dedicatoria: «A un buen chaval del que todos los mandos deseamos una buena pieza para esta Organización». Así que en el verano del 68 yo me hallaba muy lejos de los principios revolucionarios que corrían por distintas partes de Europa, a lo que se añade el hecho de que por primera vez entre mis puntos de interés apareció una joven de piel morena y largas trenzas. En cualquier caso, aquel mando se equivocó, porque tres veranos después yo me encontraba, desde un punto de vista ideológico, muy lejos de los postulados con los que intentaron adoctrinarnos en aquellos campamentos.

Recuerdo muy bien cuando se cumplió el décimo aniversario, pues fue el curso en el que comencé mi actividad docente. La iniciaba con la impartición de una materia que me acompañaría a lo largo de toda mi vida profesional, la Historia del Mundo Contemporáneo de COU (luego de 1º de Bachillerato). El libro de texto que había en aquel centro, el Instituto Manuel Godoy de Castuera, dedicaba apenas diez líneas a los episodios franceses, y con un alumnado muy politizado como había en aquellos años, tuve que preparar (con sumo placer, por otra parte) unos apuntes específicos para explicarles cómo fueron los acontecimientos, sus antecedentes y todo el conjunto de movimientos que se produjeron a lo largo de aquel año. Aún conservo el esquema que elaboré entonces, basado sobre todo en varios artículos y en testimonios de algunos protagonistas. Por desgracia en aquel momento todavía no era poseedor de algo que considero valioso y que por suerte unos años después pude obtener: los números de la revista Triunfo correspondientes a las crónicas que Eduardo Haro Tecglen envió desde París, acompañados de amplios reportajes fotográficos, y asimismo los artículos que unos meses después publicaría en la misma revista Miguel Delibes tras un viaje a Checoslovaquia después de que tuviera lugar la invasión de los tanques soviéticos que había acabado con la denominada primavera de Praga, con el que se conoció como «socialismo de rostro humano» de Dubcek.

Cada mes de mayo reaparecen las imágenes de los estudiantes franceses en el Barrio Latino de París. Este año, al tratarse del cincuentenario, la avalancha de libros y artículos sobre el mayo francés nos van a inundar más que nunca, será cuestión de seleccionar y reflexionar acerca de qué significado real tuvo aquel movimiento, cuyos ecos parecen no apagarse, entre otras cosas porque se ha convertido en un símbolo, quizás más de lo que pudo llegar a ser que de lo que consiguió en la práctica. Desde una perspectiva histórica, lo más significativo es que no se trató de un hecho aislado, en Francia, sino que tuvo ramificaciones en distintas partes del mundo y, por otro lado, que dio un impulso definitivo a un movimiento que en estos momentos aún demuestra su capacidad de avanzar: el feminismo.

* Historiador