El casco vermellón del Federal Nagara, un buque granelero de 21.000 toneladas y 199 metros de eslora, es uno de los pocos que se distingue en esta luminosa mañana de otoño en la terminal de contenedores del puerto de Mariúpol, una ciudad industrial del sur de Ucrania, a una decena de kilómetros del territorio bajo control de los rebeldes prorrusos enfrentados al Gobierno de Kiev.

Hasta comienzos de año, la guerra solo se desarrollaba tierra adentro, pese a la tregua de hace cuatro años. Pero desde la primavera, concretamente desde la inauguración del controvertido puente de Kerch, que une la península de Crimea recién anexionada por el Kremlin con la región rusa de Krasnodar, el conflicto se ha trasladado al mar.

Rusia somete a todos los buques de cualquier nacionalidad que atraviesan bajo su flamante infraestructura el estrecho homónimo y se dirigen a los puertos ucranianos en el mar de Azov a exhaustivos controles y chequeos, reteniéndolos durante varios días y poniendo trabas a la navegación marítima de su vecino. Y de paso, aprovecha la ocasión para incrementar la presencia de sus buques de guerra en este pequeño y verdoso océano interior, de costas arenosas y escasa profundidad, realizando maniobras y ejercicios considerados intimidatorios por la precaria Marina de Ucrania.

«Antes de mayo, había días en los que la cola de los buques esperando entrar en puerto se prolongaba hasta el horizonte», asegura el lugareño Zhenia Bolotin. El también militar retirado señala una hilera de boyas junto al espigón y la playa, que indica el corredor de 12 metros de profundidad por el que se aproximan los mercantes desde mar abierto y hacen su entrada en la infraestructura. Ya en tierra, las enormes instalaciones portuarias, de más de cuatro kilómetros de extensión, que ocupan un espacio de 77 hectáreas, ofrecen un aspecto desangelado, impropio de un día laborable. Tinglados abandonados, oficinas de aduanas sin un alma, vías férreas desocupadas sin actividad de convoyes, grúas inmóviles en los muelles sin cargamentos que despachar...

DOBLE REALIDAD / El panorama cambia radicalmente una vez superada la ciudad, en los barrios costeros del este de Mariúpol, muy cerca de la línea de frente. Una densa hilera de cuatro o cinco barcos se vislumbra a lo lejos en el horizonte, todos ellos con la proa enfilada hacia los puertos de Taganrog, Rostov o Yeysk, ya en territorio de la Federación Rusa. En su página de Facebook, Andrii Klimenko, un internauta ucraniano, da cuenta a diario de esta diferencia de trato, contabilizando puntualmente los retrasos impuestos a los buques que se dirigen a Mariúpol. En una entrada del pasado viernes, comparaba la suerte diferente de dos buques, el mercante búlgaro Venator, que llevaba ocho días esperando a cruzar el estrecho de Kerch, y el ruso Siberin 1, procedente de Rostov, que solo tuvo que aguardar unas horas antes de continuar su camino hacia Turquía. «No es solo un bloqueo de facto, nos han declarado una guerra económica para someternos», protesta Galina Odnorug, del Movimiento Cívico de Mariúpol. Las retenciones de buques incrementan los costes de forma desorbitada y desincentivan el uso del principal puerto ucraniano en el mar de Azov. Una jornada adicional en el mar cuesta a las navieras la friolera de entre 8.600 y 13.000 euros. Según los últimos datos disponibles de la Autoridad Portuaria, el pasado agosto recalaron en sus muelles un 40% menos de barcos en comparación con el mismo periodo del año anterior.

PUERTO VITAL / La infraestructura es vital para la viabilidad económica de la ciudad, muy afectada ya por la guerra del Donbás. Es uno de los principales puertos del país, con capacidad para gestionar 18 millones de toneladas de cargo. Está especializado en la exportación de grano, fertilizantes y metales, y cuenta con una unidad de reparación de barcos, la más importante de la región, ahora carente de clientes. Varios miles de empleos -estibadores, aduaneros, personal de vigilancia- dependen directamente de él, sin contar con los puestos de trabajo indirectos en las gigantescas plantas siderúrgicas de los arrabales de Mariúpol, que evacúan su producción a través del puerto.