Desde hace algunos años, el antaño célebre Miserere de Gómez Navarro vuelve a tener presencia en los días previos a la Semana Santa. Es una composición musical de notable factura para voces solistas, coro y orquesta, con apreciables resonancias italianas, e indudable atractivo por la belleza de las melodías y su cercanía armónica.

Juan Antonio Gómez Navarro, que era un músico de sólida formación (adquirida en el Real Conservatorio de Madrid) y vasta cultura humanística, vivió en Córdoba buena parte de su existencia. Ganó la plaza de maestro de capilla de la catedral en 1877 y en ella permaneció hasta su jubilación en 1916. Aunque siguió viviendo en esta ciudad algunos años más, murió en su tierra natal a finales de 1923, unos meses antes de que lo hiciera igualmente su amigo Martínez Rücker, la más preclara figura de la vida musical cordobesa de entonces.

CONOCIMIENTOS A este respecto, conocida es la afirmación de Ricardo de Montis, privilegiado cronista de la época y gracias al cual conocemos muchas cosas de la misma, de que ambos músicos enseñaron a tocar el piano a todos los cordobeses que por entonces se decidían a tal empresa. Fueron entrañables amigos y tocaron juntos en ocasiones, como cuando se inauguró la restauración de los dos órganos catedralicios acometida en 1892.

Debemos subrayar el grado de compenetración que tuvo Gómez Navarro con Córdoba. No siempre ocurría así con los maestros que venían de fuera a dirigir la capilla musical de la Catedral; los más circunscribían sus actividades a ella, sin participar en oras iniciativas filarmónicas. Cierto es que tampoco se ofrecían muchas posibilidades, algo que empezó a cambiar precisamente por los tiempos en que Gómez Navarro se instaló en Córdoba. En efecto, la Banda Municipal lograría consolidarse por fin de la mano de Juan de la Torre (que accedió a la dirección en 1874), Eduardo Lucena impulsó varias agrupaciones de carácter popular y, sobre todo, Rafael Romero Barros creó en 1885, en la Escuela de Bellas Artes que dirigía en la Plaza del Potro, una sección musical que a la postre sería antecedente del Conservatorio y en la que enseñó Gómez Navarro.

Con todo, fueron sus composiciones las que hacen que, casi un siglo después su muerte, recordemos todavía al insigne músico de Lorca. Quizás la más popular de todas sea el El ruiseñor , imponente villancico para solistas, coro y orquesta, que no deja de interpretarse en cada Navidad por los más acreditados coros de la ciudad. Pero hubo otras muchas, que en su época gozaron de frecuente difusión: misas, motetes, plegarias, misereres... El archivo musical de la Catedral da buena cuenta de ello. Y entre todas ellas, uno de los misereres que compuso: el segundo, en re menor. Gracias a la edición preparada por Luis Bedmar y Francisco Marcelo, publicada en 2002, nos es posible conocer en todos sus detalles la colosal composición y se facilita que cuantas formaciones vocales e instrumentales quieran abordarla, tengan a mano la oportunidad de hacerlo. Ayer rememoramos la tradición del miserere en su ámbito natural, la Catedral, y con la estimable participación de la Orquesta de Córdoba, el Coro de Opera Cajasur, un coro infantil del Conservatorio Profesional y tres buenos solistas: Juan Luque, Pablo García y Damián del Castillo. Todos bajo la cuidada dirección de Diego González.