Promete un concierto «muy entretenido, saludable» y «simpático» en cuyo programa, posiblemente, la única obra «complicadita sea la mía». Así califica Leo Brouwer (La Habana, 1939) el concierto en el que hoy, en el Gran Teatro, volverá a coger la batuta de la Orquesta de Córdoba, quince años después de su partida, para celebrar el 25 aniversario de su creación, en la que él tuvo mucho que ver. «Feliz» de este reencuentro, que le devuelve a la memoria momentos llenos de «alegría, optimismo e intensidad», el maestro cubano regresa a una ciudad a la que ha vuelto en varias ocasiones «de visita» y en la que conserva grandes amigos, para recordar un momento que significó mucho para Córdoba, ya que el principal objetivo del músico fue sacar a la formación orquestal de sus espacios habituales para llevar la música clásica al ciudadano, sobre todo, a los más pequeños, el público del futuro.

-¿Qué supone para usted volver a ponerse al frente de la Orquesta de Córdoba?

--No imaginaba este momento. Los jóvenes directores son ambiciosos y llegaron a una orquesta flamante, por qué no voy a decirlo, y seguramente habrán pensado: «a estos nos los suelto yo». Estoy invitado para celebrar 25 años de la creación de una orquesta a la que le di una serie de funciones que fueron para mí muy importantes. Por un lado, la serie de conciertos, dentro y fuera del teatro, sacar a la Orquesta del teatro fue una pelea dura que gané. También ofrecer actuaciones gratis en las iglesias y, por supuesto, los conciertos didácticos. Estos últimos gracias a un convenio que hice con el Ministerio de Cultura y que funcionaron muy bien.

-¿Ha seguido la Orquesta estas directrices?

--No lo sé. Nunca tuve más noticias de ella.

-¿Cómo ha encontrado a los músicos?

--Igual de buenos. Han ido cogiendo intensidad para lograr unas grandes calidades de sonido.

-¿Cómo lo han recibido?

-Con mucho cariño y, los que no me quieren, me soportan.

-Ha elegido un programa integrado por obras del siglo XX. ¿Cree que se escucha demasiado a los clásicos?

--Por supuesto. Los clásicos tienen dos garantías. Una, que no perciben derechos de autor, lo cual es una ventaja para las organizaciones económicas que se encargan de sustentar a la cultura. Y la otra historia es que está tocado exhaustivamente y, por tanto, no ofrece problema ninguno. Los músicos están comodísimos con los clásicos. Por ejemplo, en Berlín existe una de las grandes orquestas del mundo y nunca pasó de Mozart, Beethoven, etcétera. Pero cuando llegaron algunos directores nuevos, se formó tal guirigay que no parecía la Sinfónica de Berlín.

-Vamos a echar la vista 25 años atrás. ¿Cómo recuerda aquellos primeros tiempos con la Orquesta?

--Estuvieron llenos de alegría, de optimismo, de intensidad. Incluso, la comunicación se logró poco a poco hasta llegar a un grado de verdad. Comunicación con ellos, y de ellos hacia mí.

-Vivió diez años en Córdoba. ¿En qué lugar de su corazón está esta ciudad?

--La ciudad sigue siendo entrañable, muy cerrada, muy intramuros, con una población ligeramente desconfiada de lo externo, muy defensora de su territorio. En eso se parece mucho a Florencia, y no soy capaz de dar la contraparte, porque me ganaría una gran pelea con los cordobeses, ya que si digo que las ciudades abiertas son otras, estoy en peligro.

-¿La música le ha hecho feliz?

--Siempre. Desde que tenía cinco años soy amante de lo contemporáneo, de las sonoridades raras. A esa edad, tenía un piano cerca, pero no oía las teclas, sino que pegaba mi oreja a la caja de resonancia, y escuchaba un barullo maravilloso que para mí era uno de los paisajes abstractos más hermosos del mundo. Solo tenía cinco años y me imaginé las películas más insólitas que se puedan concebir con esa edad.

-Compositor, guitarrista, director de orquesta… ¿en cuál de sus facetas se ha sentido mejor?

--Cada una tiene su papel. Como compositor me realizo, tengo necesidad de escribir música y de imaginar mundos sonoros.

-¿Qué debe hacer una orquesta para seguir creciendo?

--Oír a todos los demás y ser cultos. Es decir, ver pintura, oír otras obras, leer la gran literatura del mundo, ver que la arquitectura que nos rodea tiene un gran porcentaje de arte. Todos esos elementos, conjuntamente, enriquecen al músico mucho más que estudiar diez horas diarias.

-¿Qué supone para una ciudad tener una orquesta?

--Una orquesta de esta índole es un privilegio. En el siglo XXI, las grandes instituciones están buscando dinerito. Y no solo las instituciones, también los managers, las discográficas, los grandes creadores de espectáculos… Todo aquel que puede meterse en el bolsillo unos pesos extra a costa de los músicos, lo está haciendo, y el resultado pudiera ser dramático. El resultado pudiera ser que en este siglo XXI se cambie el concepto cultura, que es integrador, por el entretenimiento, que es parte de la cultura, y no la cultura misma.

-¿Qué le desea a la Orquesta? ¿Cuál sería el mejor regalo de cumpleaños?

--Para ellos, tener unas vacaciones, y quizá para los directores. Y si se portan mal, les escribo una obra, para castigarlos.

-¿Les ha resultado difícil a los músicos la obra firmada por usted que interpretarán hoy?

--Un poco, pero ya lo sacaron.

-¿Qué le ha aportado estar rodeado siempre de grandes compositores y artistas?

--Eso ha sido un privilegio no esperado. Tengo muchos títulos y reconocimientos, pero mis colaboraciones con grandes músicos me han llenado siempre, y sigo siendo amigo de algunos de los más grandes intérpretes del mundo.

-Una vez dijo que la guitarra es el instrumento que más satisfacciones le ha dado. ¿Sigue siendo así?

--Sí. Sigue siéndolo porque la guitarra es íntima, es delicada, es orquestal, tiene todos los colores del mundo.

-Cree que en el último cuarto de siglo ha crecido la aceptación a la música clásica en Córdoba?

--Sí. Sin duda. Los conciertos didácticos han servido de algo. Ahora me saludan por la calle hombres de 30 años que estuvieron de niños aquí, en aquellos conciertos didácticos.