Rosa Montero tiene tras de sí una larga trayectoria unida a la palabra. Licenciada en Periodismo y autora de numerosos trabajos que hoy forman parte de la historia de la profesión en nuestro país, tiene una prolífica carrera literaria que en 2017 le valió el Premio Nacional de las Letras. Ahora se encuentra sumergida en la promoción de su última novela, La buena suerte, un thriller existencial, como ella lo denomina, que tiene como principales personajes a Pablo y Raluca y en el que pone de manifiesto que nunca es tarde para cambiar el rumbo de nuestra vida y coger las riendas de nuestros destinos.

-La novela se titula La buena suerte, pero el concepto de buena suerte puede ser algo relativo, lo que puede parecer buena suerte luego no lo es y a la inversa.

-Verdaderamente la vida es tan caótica y tan incierta como dice la frase del principio del libro, de Lorenzo de Médici ‘quien quiera estar contento que lo esté, del mañana no hay certeza’. Y es que nunca sabes cómo terminará algo que te suceda. El concepto de buena suerte en la novela lo trae Raluca, ella trajo el título a la novela. Ese personaje, que es la coprotagonista, lo que viene a decir es que la buena suerte es desear tener buena suerte, narrar la vida de otra manera, mirar la vida con otros ojos, y que en realidad la buena suerte depende mucho, muchísimo, de ti. Lo que sin duda existe es la mala suerte: tú puedes estar haciéndolo todo de maravilla, tener un talento increíble y de repente salir a la calle y que te atropelle un camión. Pero la buena suerte consiste en remar, en que remes y consigas dirigir tu vida más hacia un lado que hacia otro. Lo que toca en la vida no lo eliges, obviamente, pero sí eliges cómo responder.

-En este sentido, Pablo, en su novela, decide dar un cambio radical a su vida y se va a un sitio no muy agradable.

-A un sitio horrendo. He querido dibujarlo como el sitio más horrible del mundo, como el infierno urbano, la decadencia más absoluta. Un sitio inventado, que se llama Pozonegro, que era un centro industrial ullero, un asentamiento artificial creado en el siglo XIX con una gran mina, también inventada, que se llama la Titana.

-Su novela está llena de misterios, de secretos que hay que ir desgranando.

-He construido la novela como un artefacto de relojería. A mí me interesan mucho las estructuras y esta en concreto está trabajadísima, justamente para que mantenga ese enigma. Es un thriller existencial, no es una novela policíaca habitual, aunque hay policías, delincuentes y delitos. Es como un cubo de Rubik: la cosa está medida. Estás leyendo la historia y te crees que ya sabes lo que ha pasado, pero a las dos páginas te das cuenta de que no es verdad, que todo el mundo miente, que todo el mundo tiene algún secreto, hasta que se revela al final. Como el cubo de Rubik vas dando vueltas hasta que quedan todos los colores definidos y sabemos qué es lo que ha pasado y por qué alguien se baja en el sitio más horrible del mundo y se queda a vivir ahí, algo verdaderamente incomprensible.

-Bueno, pone de relevancia la perfecta convivencia de nuestra parte oscura y nuestra parte brillante, ¿no?

-Totalmente. Los personajes de la novela son todos complejos, en muchos sentidos. La vida es así. Como dice uno de los personajes secundarios, Felipe, un anciano al que adoro, ‘el mundo se divide entre buena y mala gente’, y esto lo creo. En realidad no se divide entre hombres y mujeres, blancos y negros, moros y cristianos, sino entre buena y mala gente. Tenemos una parte de maldad y hemos hecho cosas malas, pero hay una frontera definida desde donde uno es de verdad mala gente: esa gente que es incapaz de sentir empatía por el prójimo, que utilizan siempre al otro en su beneficio y provecho, esa gente existe, por desgracia. Hay un 1% mínimo, dicho por expertos, de psicópatas que son los realmente malísimos y peligrosísimos, y luego hay otro 4, 5 o 6% de psicopatoides que son muy mala gente. Y luego estamos ya en una zona con más luz, pero aún así hay gente de la zona de luz que preferirían ser buenos y son cobardes, acomodaticios, prefieren seguir órdenes a enfrentarse a ellas, aunque esas sean abominables. Por eso suceden a veces cosas en la historia como, yo qué sé, la revolución de Mao, el nazismo, o cosas así.

-La maldad ha existido siempre. ¿Cree que ahora más visible?

-Pues no creo, es más, en la historia ha ido ganando el bien y de esto habla también la novela. En esta lucha larguísima desde la caverna, entre la luz y las tinieblas, creo que el saldo es positivo hacia la luz, claramente. Hasta el siglo XVIII tú venías al mundo y muy posiblemente podías ser tortuado y era legal, y era normal. Es más, hasta la Declaración de los Derechos del Hombre era algo perfectamente aceptado. Ahora no es que se haya acabado la tortura, pero se ha convertido en una abominación, aunque siga existiendo, lo mismo que la esclavitud. Todo eso son avances, avances morales del bien sobre el mal. Es una lucha trabajosísima y queda muchísimo mal en el mundo, pero no creo que estemos peor que antes.

-En su novela habla de nuevos comienzos. ¿Para conseguirlo es necesario enfrentarnos a nuestras propias miserias y miedos ?

-Absolutamente esencial. Lo que no puedes hacer es escapar de ellos. Le pasa a Pablo, el personaje, es una de esas personas que tienen miedo de sus emociones porque piensan que los sentimientos las debilitan y entonces se acorazan, y esa es la garantía absoluta de que no va a ser vida, porque somos animales sociales y necesitamos vivir los otros. Una vida sin los otros no merece la pena llamarse vida. Amar a otros te hace vulnerable, pero es que no hay opción. Hay que admitir la vulnerabilidad, los propios miedos, los errores, para poder seguir adelante.

-Hablando de miedos, ¿cree que hemos aprendido a mirar el mundo de otra manera con la situación que estamos viviendo por el coronavirus?

-Lo que está claro es que nos hemos dado cuenta de que éramos felices y no lo sabíamos. Eso siempre pasa cuando tu realidad se corta de un hachazo por lo que fuere, por ejemplo por un diagnóstico de una enfermedad gravísima. Se lo he oído amigos que de repente han tenido cáncer y han dicho ‘esto me ha enseñado’, ‘voy a valorar’, y lo mantienen durante un tiempo, pero luego se curan y vuelven a lo mismo, porque el ser humano es un poquito descerebrado y no terminamos de aprender. Pero espero que tras este shock traumático que estamos sufriendo en todo el planeta, pues algo aprendamos.