Como la prensa ha recogido últimamente, se ultiman los trabajos que pondrán fin a la gran restauración acometida en el edificio que alberga el archivo municipal en la calle Sánchez de Feria, conocido en la catalogación administrativa y en la cultura popular local como Casa de los Guzmanes. Y llama mucho la atención cómo una vez más, por parte de entes públicos o privados, se ha desarrollado una labor de investigación patrimonial muy profunda y seria en lo arqueológico, pero nula en lo histórico-documental. Porque cuando las labores de remozo acaben el inmueble lucirá todo su esplendor pretérito, pero seguiremos traicionando a su historia si no le arrebatamos el rótulo de los Guzmanes en su denominación.

Como demuestran aunque solo sean los tres escudos heráldicos que contiene su portada visibles desde la calle, esta fue una casa principal construida en el siglo XV por una de las ramas de la familia Hoces, sangre de las más antiguas de Córdoba cuya línea primogénita eran los señores de la Albaida, luego condes de Hornachuelos. Por entonces, la calle recibía el nombre de Las Campanas, y tenemos bien documentado que hacia 1570 vivían en este domicilio don Gonzalo de Hoces, su esposa doña Ana de Angulo y sus hijos. Cuatro generaciones más tarde tenían aquí su residencia su bisnieta doña María Francisca de Hoces y a su marido, don Bernardino de Cuéllar, tras cuya muerte a finales del siglo XVII el inmueble va a cambiar de manos después de trescientos años de historia familiar. Así, a través de varias compraventas, pasará a don Fernando de Saavedra y Mendoza y luego a don Diego de León -antepasado directo del célebre general isabelino homónimo-. Este último será quien la venda a don Domingo de Guzmán y Cea en 1733, aunque el definitivo pago no se finiquitaría tres años más tarde.

Es entonces cuando entra en escena la familia de los Guzmán en la historia de este palacete medieval, y en efecto en la escritura de compra se las llama «Casas principales de los Hoces», en obvia justicia a sus constructores, propietarios y ocupantes durante los trescientos años anteriores. Así, y aunque desde don Domingo de Guzmán este caserón se incorpore a la herencia de sus descendientes, lo cierto es que jamás lo habitaron en los cien años sucesivos. La razón es que estos Guzmán vivieron todo el siglo XVIII en la casa contigua por el muro trasero, es decir, la solariega de la familia Cea, en la calle Tejón y Marín, actual propiedad de la parroquia de la Trinidad. De hecho, una rápida evidencia de ello lo da el actual nombre de la calle donde se encuentra la casa, Sánchez de Feria, pues en este lugar vivió el médico y escritor don Bartolomé Sánchez de Feria, al menos entre 1772 y 1776. Más aún, este erudito, en su Palestra Sagrada (1772) reconoce que habita «en la casa de los Hoces», a pesar de que la familia Guzmán la poseía desde hacía 40 años. Tras la marcha del facultativo, tuvo el inmueble otros inquilinos, pero nunca la disfrutaron sus propietarios. A pesar de ello se le sigue atribuyendo erróneamente ser el lugar de nacimiento de algunos de los vástagos de la familia, como el torero don Rafael Pérez de Guzmán, nacido en 1802 según Ramírez de Arellano en estas casas. Nada más lejos de la realidad. En ese momento los Guzmán la tenían alquilada al prebendado catedralicio don Francisco de Armenta, y el futuro matador de toros debió de venir al mundo en el domicilio que ocupaban sus padres por entonces en la calle de los Moros, hoy Rodríguez Sánchez.

Acuciada por las deudas y muy anciana, doña Joaquina Pérez de Guzmán, abuela del citado diestro, decide vender la casa en 1823 aprovechando el nuevo marco legal del Trienio Liberal. Y en la escritura notarial sigue haciéndose constar que el objeto era la venta «de unas casas principales que dicen de los Hoces». A pesar de los noventa años de su posesión, los Guzmanes no habían podido ni querido borrar la denominación lógica de esta mansión cordobesa, básicamente porque había sido una pieza más del complejo conjunto patrimonial tanto urbano como rústico que poseían. De especial significación artística y arquitectónica, sin duda, pero nunca sus casas desde el punto de vista residencial.

Pasó entonces el inmueble a manos de don Francisco Santillana, luego las compró don Melitón Sáenz de Riafrecha, y por fin en 1879 adquiere el inmueble don José Pérez de Guzmán, bisnieto de doña Joaquina. Podría trabarse por aquí la equívoca atribución a ser domicilio de los Guzmán, pero aún con esta recompra por parte de la familia no creemos que sea un motivo de peso. Y es que desconocemos si este don José, casado con doña Concepción Fernández Gómez, realmente las habitó pues vivió gran parte de su vida entre Córdoba y Madrid. En cualquier caso no estuvo es sus manos ni una década, pues en 1888 la compró don Narciso Sentenach, director del museo arqueológico. Ya a principios del siglo XX el inmueble comienza a tener un uso administrativo variable, primero alquilado, como sede de la Dirección General de Impuestos o del Archivo de la Delegación Provincial de Hacienda -y a la par vivienda del eminente don José de la Torre y del Cerro- y definitivamente por compra, y así desde 1969 es sede del Archivo, Biblioteca y Hemeroteca municipales.

Por tanto, no solo es una tremenda imprecisión que roza la estafa histórica llamar a esta casa como la de los Guzmanes, pues nunca la habitaron realmente; solo fueron sus propietarios durante alrededor de un siglo, frente a las tres centurias que las ocuparon los Hoces, su familia constructora. También es una banal simplificación, habida cuenta de los interesantes avatares de sus propietarios y usos, y por supuesto, una gran injusticia patrimonial. La que siempre fue la casa de los Hoces no merece tal engaño a los cordobeses.

* Historiador