Estamos en agosto, mes en el que la mayoría de las personas dispone de unos días de descanso que utiliza para desplazarse hasta la playa o la montaña. Pero esta tendencia se invierte, año tras año, en el término municipal de Fuente Obejuna, cuya población se encuentra dispersa en catorce núcleos de población.

El Porvenir, Argallón, Piconcillo, Cuenca, La Coronada, Cañada del Gamo, Ojuelos Bajos, Ojuelos Altos, Alcornocal, Los Pánchez, Posadilla, Navalcuervo, La Cardenchosa y Los Morenos se convierten en los destinos turísticos de residentes en todo el país, que no encuentran lugares mejores y más bellos que estos para pasar sus vacaciones.

Las aldeas mellarienses están llenas en agosto. Pero ¿Qué les hace elegir estos y no otros destinos, a sus veraneantes?

En Ojuelos Bajos, elegida por un mayor número de personas, Antonio Ortega se desplaza hasta aquí junto a doce de sus familiares desde la ciudad vizcaína de Ermua y recuerda que lo viene haciendo desde hace casi cincuenta años. Está sentado en la puerta de su casa con varios amigos y, haciendo gala de su sentido del humor, afirma que «no voy a la playa porque no sé nadar y me ahogo». Ya más en serio, cuenta su razón, y es «que en otro sitio no conozco a nadie y aquí, a toda la gente», aunque al instante reconoce que «vengo a encontrarme con mis raíces».

Algunos años más joven que él es Sergio Cáceres. Lleva 27 años -en su caso «toda la vida»-, descansando en este núcleo de población y regresa desde Valencia «para ver a mi familia y amigos de toda la vida».

Lo mismo hace Jaime Parra, pero desde un origen distinto, Badalona, para quien «es un hábito venir aquí en agosto». Él, al que ahora acompaña su familia, subraya que «mi madre es de aquí y he venido siempre, desde pequeñito». Lleva ya haciéndolo durante 32 años, porque «tengo aquí a mi gente y me lo paso bien».

Residente en Bilbao, Enoema Cárdenas manifiesta que lo que más le gusta de Ojuelos Bajos es «la tranquilidad». Vuelve porque «tenemos casa, vengo a disfrutar de la herencia que recibí de mis padres».

Junto a ella está su hermana Dolores, que vive en Córdoba y se acerca hasta la aldea acompañada por una veintena de miembros de su familia. Dolores Cárdenas puntualiza que «nací aquí hace 64 años y siempre vuelvo, no dejo de venir a mi pueblo».

En este núcleo de población habitan normalmente alrededor de ochenta vecinos y en agosto podrían superar el medio millar. Las calles son un ir y venir de personas de todas las edades y, prácticamente, todas las casas están habitadas.

¿Cómo es su día a día? Estos veraneantes disfrutan en la piscina, se desplazan hasta las ferias de los pueblos de los alrededores, valoran lo que significa una buena siesta pero, especialmente y como todos se conocen, disfrutan de los ratos que comparten en su lugar de encuentro, el bar José. Nada más atardecer, ocupan sus veladores para degustar, además de los auténticos tomates de la huerta, el cordero, el lechón de la zona o el exquisito bacalao. Cenas a las que siguen unas amenas conversaciones que se prolongan, en muchas ocasiones, hasta bien entrada la madrugada.

¿Serán la tranquilidad, la belleza de las aldeas, la sencillez y la amistad el secreto de que vuelvan cada año?