Ocurrió en mayo del 68. No me digan que no es una bonita fecha para recordar que Córdoba y Kairuán, dos ciudades unidas por un pasado común califal, se hermanaban por primera vez. Cuarenta y un años han tenido que pasar para que, la cátedra de interculturalidad mediante, haya sido posible retomar aquellos lazos de hermandad. Con un pretexto inmejorable. Kairuán es este año ciudad cultural de Oriente y Córdoba es ahora candidata a la capitalidad europea del 2016.

Con semejantes mimbres, no es de extrañar que el reencuentro de estas dos hermanas se convirtiera ayer en un acto social lleno de personajes públicos, empezando por el alcalde de Córdoba, Andrés Ocaña, que recibió al alcalde kairuanés, Moustapha Houcine, con un cálido (por el calor) beso-abrazo, y acabando por otros muchos como el teniente alcalde de Cultura, Rafael Blanco; el rector de la Universidad, José Manuel Roldán Nogueras; multitud de concejales municipales, el presidente de CECO, Luis Carreto; la gerente de la Fundación de la Capitalidad, Carlota Alvarez-Basso; gente de la cultura como José María Gala, Manuel Gahete, Manuel López Alejandre Luis Rodríguez o Joaquín Criado y representantes de la justicia como el fiscal jefe de Córdoba, José Antonio Martín Caro, entre otros. La delegación kairuanesa aportó al encuentro no solo al alcalde de la localidad tunecina sino al embajador español en Túnez, José Ramón Martínez Salazar o el embajador tunecino en España, Mohamed Ridha Kechid.

La interculturalidad que exigen estos eventos obligó a repartir pinganillos a los presentes para seguir la traducción simultánea, si bien, he de decir que tuve la mala suerte de recibir probablemente el único cacharro sin pilas, de modo que solo pude tomar notas del discurso de Ocaña, que ensalzó la potencialidad de ambas ciudades y se comprometió a fortalecer la cooperación entre ambos lados del Atlántico. Palabras, según fuentes consultadas, compartidas al cien por cien por su homónimo kairuanés.

Tras los discursos, llegó el momento de departir en el patio mudéjar del Alcázar de los Reyes Cristianos, donde la música medieval de Axabeba transportó a los comensales a tiempos remotos mientras las conversaciones se iban animando. Mientras unos aprovechaban para dar consejos sobre cómo dejar de fumar, otros comentaban sus planes de vacaciones y alguno que otro reparaba en la cómoda indumentaria del alcalde visitante. Este detalle, sumado a las altas temperaturas reinantes, propició un debate sobre la posibilidad de que los políticos locales sustituyan el traje y corbata protocolario que tanto les hace sudar por unas bermuditas o, en pro de la interculturalidad, por una chilaba. No hubo acuerdo. Acelerada por la hora y la emoción, a punto estuve de dejar mi zapato al salir corriendo. Aún no sé si todo fue un sueño.