Al igual que ocurrió con sus antecesores durante los últimos 40 años, David Cameron se ha dado de bruces con Europa. En su caso se puede argumentar que la crisis en la eurozona ha exacerbado las tensiones entre Londres y Bruselas. Pero esas tensiones siempre han estado ahí. La relación del Reino Unido con la Unión Europea (UE) ha sido, en épocas muy diferentes, conflictiva y tormentosa. ¿Y ahora? ¿Se romperá la cuerda? ¿Será el referendo el capítulo final de una historia de frustraciones y resentimiento?

Hubo un tiempo en el que los británicos aplaudieron con entusiasmo la entrada del Reino Unido en lo que entonces era la Comunidad Económica Europea. Ocurrió gracias al esfuerzo de un primer ministro conservador, Edward Heath. Fue en 1973 y dos años más tarde los ciudadanos ratificaron la decisión en un referendo, con el 67% de los votos a favor.

La línea europeísta con que Heath había marcado al Partido Conservador se rompió con la llegada de Margaret Thatcher en 1979. Los tories emprendieron entonces un giro euroescéptico del que nunca han retornado. En 1984 Thatcher reclamó el llamado cheque británico, una compensación para el Reino Unido por las subvenciones agrícolas de las que disfrutaban otros países. Se trató de un primer encontronazo. Pero fue después de su tercera reelección, en 1987, cuando se distanció obstinadamente del resto de los socios europeos. La dama de hierro rechazó de plano una estructura federal para la UE y la creciente centralización de Bruselas en la toma de decisiones; o sea "el imperio belga", como ella lo llamaba. Su enemigo mortal en esa batalla fue el francés Jacques Delors, que presidía la Comisión Europea y abogaba por una política social progresista que Thatcher aborrecía. La réplica se la dio en el famoso discurso de Brujas, en 1988, en el que la primera ministra presentó su propia visión de una Europa soberanista y con un sistema económico de libre cambio.

Maastricht y el euro

El sucesor de Thatcher, el también conservador John Major, negoció el Tratado de Maastricht logrando introducir una cláusula que permitía al Reino Unido no adoptar el euro. Pese a ello, la firma provocó una guerra civil entre los tories. Esas luchas contribuyeron a la aplastante victoria laborista en 1997, con Tony Blair, lo que llevó un cambio de aires en la relación británico-europea. Blair apoyaba una mayor integración y quería adoptar el euro, pero su ministro de Finanzas, Gordon Brown, se opuso. Brown ratificó más tarde, en el año 2008, el Tratado de Lisboa.

Desde el 2010 David Cameron ha hecho lo posible por aparcar el tema de Europa. Pero, como Major, tiene a los rebeldes euroescépticos marcando la agenda. Su veto a la reforma de la Unión le ha dejado al margen de las grandes decisiones comunitarias. La petición de renegociar poderes puede ser ignorada por el resto de los estados. Los británicos han colmado quizás, la paciencia de Europa.